¿Por qué unas ciudades en México son mucho más pobres que otras?

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Si alguna vez has viajado por México, es probable que lo hayas notado: hay ciudades donde las calles están limpias, los servicios funcionan, las escuelas lucen modernas y hay muchas opciones para trabajar o emprender. Pero también hay otras donde parece que el tiempo se detuvo, donde la pobreza se siente en cada esquina, donde las oportunidades escasean y los jóvenes sueñan con irse. ¿Por qué existe tanta desigualdad entre unas ciudades y otras? ¿Qué hace que unas parezcan avanzar y otras se queden atrás?

La respuesta no es simple, pero podemos intentar entenderla paso a paso, con ejemplos concretos y palabras claras.

El lugar importa: el papel de la geografía y la historia

No todas las ciudades nacieron con las mismas condiciones. Algunas crecieron cerca de ríos, puertos o rutas comerciales importantes; otras, en zonas alejadas, sin conexión con grandes mercados. Ciudades como Monterrey o Guadalajara fueron, desde muy temprano, centros estratégicos de comercio e industria. En cambio, otras, como muchas del sureste o del altiplano rural, no tuvieron esas ventajas.

A eso se suma la historia. Durante décadas, los gobiernos favorecieron con inversiones y obras a ciertas regiones, especialmente al norte y centro del país, mientras dejaban a otras en el olvido. Así se fue formando un “mapa de oportunidades” muy desigual.

Inversión pública y privada: donde se pone el dinero, crecen las cosas

Imagina dos ciudades: una donde llegan fábricas, se construyen hospitales y hay universidades; y otra donde no hay nada de eso. La primera atraerá talento, empresas, empleo y mejorará sus servicios públicos. La segunda, en cambio, sufrirá el abandono, la migración y la falta de estímulos.

El problema es que, una vez que una ciudad se vuelve “atractiva”, sigue recibiendo más y más inversión. Y las que están mal, se van quedando cada vez más lejos. Es como una carrera donde algunos empiezan kilómetros adelante.

El poder de la política local

La forma en que se gobierna una ciudad también influye mucho. Hay municipios donde los recursos se manejan con transparencia y se prioriza el bienestar de la gente. Pero hay otros donde reina la corrupción, el clientelismo o la falta de visión. En esos casos, aunque lleguen apoyos federales o estatales, no se traducen en mejoras reales para la población.

También importa si el gobierno local promueve proyectos productivos, impulsa la educación o facilita el acceso a servicios básicos. La pobreza no sólo se debe a la falta de dinero, sino a la falta de políticas que construyan dignidad y futuro.

Migración y fuga de talento

Otra clave para entender esta desigualdad es la migración. Las ciudades que no ofrecen trabajo, seguridad o servicios expulsan a su gente. Los más preparados, los más jóvenes o los más emprendedores se van en busca de algo mejor. ¿Qué pasa con la ciudad que dejan atrás? Se queda con menos recursos humanos, menos dinamismo económico y menos capacidad para salir adelante. Es un círculo vicioso.

El papel de la desigualdad estructural

Detrás de todo esto, hay algo más profundo: un modelo económico y social que ha producido desigualdades desde hace siglos. El centralismo, el racismo estructural, la exclusión de comunidades indígenas y campesinas, la concentración de riqueza en pocas manos… Todo eso sigue pesando.

Hay ciudades que son ricas porque han concentrado los beneficios del desarrollo. Y hay otras que son pobres porque fueron sistemáticamente marginadas. No es culpa de la gente que vive allí, ni es que no se esfuercen. Es una herencia de estructuras sociales injustas.

¿Se puede cambiar?

Sí, se puede. Y se está intentando. Con programas sociales, con inversión en infraestructura en zonas históricamente rezagadas, con apoyos a pequeños productores y emprendedores, con becas, con universidades del bienestar, con proyectos de desarrollo regional.

Pero para que el cambio sea real y duradero, se necesita más: voluntad política, participación ciudadana, gobiernos locales responsables, y sobre todo, un modelo de país que deje de tratar a unas ciudades como “de primera” y a otras como “de segunda”.

Porque ningún lugar debería estar condenado a la pobreza sólo por su geografía, por su historia o por sus malos gobiernos.

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