La Selección Mexicana empató sin goles ante Costa Rica en su tercer partido de la Copa Oro, en un encuentro que dejó más dudas que certezas sobre el verdadero nivel del equipo dirigido por Javier Aguirre.
El marcador final fue 0-0, pero el desempeño del Tri hizo que el empate supiera a derrota, no sólo por lo mostrado en la cancha, sino por lo que significa en el contexto de un torneo donde México, por historia y plantilla, está obligado a ser protagonista.
Desde el arranque, Costa Rica mostró una actitud ofensiva que sorprendió. En los últimos minutos del primer tiempo, el equipo tico puso contra las cuerdas a la defensa mexicana, que se vio superada en intensidad y concentración.
Para el complemento, México intentó retomar el control, pero fue Costa Rica quien estuvo más cerca de abrir el marcador, con un disparo potente que se estrelló en el travesaño y silenció al estadio por un instante.
Lo más polémico del encuentro ocurrió al final, cuando un gol mexicano fue anulado por un fuera de lugar polémico porque el balón venía de un rebote por parte de un zaguero. Una decisión arbitral discutida que no justifica, sin embargo, la falta de contundencia y claridad táctica del conjunto nacional.
La crítica no solo recae en el resultado, sino en el rendimiento. México tiene la experiencia, los nombres y la infraestructura futbolística para dominar partidos como este, y sin embargo, mostró una cara gris, carente de ideas, sin chispa ni convicción.
Aun con posibilidades de clasificar a la siguiente fase y pelear el título, este empate alimenta una sensación de retroceso más que de evolución.
De cara al Mundial, que es el verdadero termómetro de cualquier proceso, este tipo de actuaciones deben encender las alarmas. No basta con pelear los últimos minutos ni con lamentar goles anulados: se necesita identidad, solidez y, sobre todo, fútbol.
