Crematorio Plenitud: una historia del horror real en Ciudad Juárez

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Julio 2025

Todo comenzó como una simple queja vecinal. La mañana del miércoles 26 de junio de 2025, habitantes de la colonia Granjas Polo Gamboa en Ciudad Juárez denunciaron un olor insoportable proveniente de un crematorio llamado Plenitud. 

Lo que encontraron las autoridades al ingresar fue más que un problema de salubridad: 383 cuerpos humanos apilados, sin cremación, algunos embalsamados, otros en descomposición, muchos sin registro ni trazabilidad. Era el inicio de una pesadilla colectiva.

La noticia conmocionó al país. En los días siguientes, las investigaciones revelaron que el crematorio operaba sin condiciones mínimas de funcionamiento: no contaba con refrigeración, ni gas, ni electricidad, y su permiso de impacto ambiental estaba vencido desde marzo de 2023. 

La última inspección sanitaria se había realizado más de dos años atrás. La omisión institucional era tan grave como el hallazgo mismo.

A medida que se conocían más detalles, comenzaban a sumarse los testimonios de familias que, con horror, caían en cuenta de que habían sido engañadas: les fueron entregadas urnas con supuestas cenizas, pero que contenían tierra, grava o piedras. Algunas incluso conservaban en sus casas lo que ahora sabían que no era el cuerpo de su ser querido.

Las autoridades procedieron a detener al dueño del crematorio, José Luis A.C., y a uno de sus empleados, Facundo M.R., por los delitos de inhumación clandestina, fraude y trato indebido de restos humanos. 

Paralelamente, seis funerarias que contrataban servicios con Plenitud quedaron bajo investigación: Latinoamericana, Ramírez, Luz Divina, Protect Deco, del Carmen y Amor Eterno.

El 1 de julio, la Fiscalía confirmó que el total de cuerpos encontrados ascendía a 383, algunos con más de cuatro años sin ser cremados. La institución comenzó un lento proceso de identificación forense, apoyado por psicólogos, genetistas y especialistas. 

Hasta ahora, sólo se han podido analizar 96 cuerpos, con cuatro identificaciones preliminares a partir de huellas dactilares.

En medio del desconcierto, surgió una esperanza inesperada y dolorosa. Decenas de familias de personas desaparecidas en Ciudad Juárez y otros municipios de Chihuahua comenzaron a acudir a la Fiscalía

Aunque no existe hasta ahora evidencia que vincule este caso con desapariciones forzadas, ni con el crimen organizado, la falta de controles, la acumulación ilegal de cuerpos y la opacidad del funcionamiento del crematorio han alimentado la posibilidad de que, entre los cuerpos hallados, pudiera haber personas desaparecidas cuyo paradero era hasta ahora un misterio.

Esta suposición —dolorosa, pero comprensible— no es una teoría conspirativa, sino una reacción legítima en un país donde la desaparición de personas es una tragedia diaria y donde la desconfianza en las instituciones se ha sembrado durante décadas. 

Sin embargo, las autoridades han reiterado que hasta el momento no hay pruebas de que los cuerpos correspondan a víctimas de desaparición forzada. La mayor parte habrían sido entregados por funerarias tras fallecimientos naturales o accidentes, pero nunca fueron cremados como se prometió.

La presidenta Claudia Sheinbaum calificó el caso como “especial” y anunció que el Gabinete de Seguridad nacional dará seguimiento estrecho al proceso. La Fiscalía estatal ha recibido a más de 600 familias que buscan confirmar si los restos de sus seres queridos están entre los cuerpos hallados. Los trabajos forenses continúan y se espera que en breve se entregue el primer cuerpo identificado plenamente.

Mientras tanto, la indignación crece. Ciudad Juárez, ciudad que ya ha conocido todos los rostros del dolor, se enfrenta ahora a uno distinto: el del engaño que continúa incluso después de la muerte. 

Porque este no es un crimen del narco ni una fosa clandestina en un paraje alejado. Es un crimen que se gestó en la normalidad burocrática, en la falta de supervisión, en la negligencia de quienes debieron impedirlo.

El caso Plenitud no ha terminado. Deja tras de sí un rastro de preguntas abiertas: ¿cuántas de esas familias realmente despidieron a sus muertos? ¿Cuántas fueron defraudadas? ¿Cuántas autoridades miraron hacia otro lado? Y, sobre todo, ¿cuánto dolor cabe en una urna vacía?

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