Cuando pensamos en salud, solemos limitarla a la ausencia de enfermedades. Pero la Organización Mundial de la Salud nos invita a ampliar la mirada: estar sano significa alcanzar un completo bienestar físico, mental y social.
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Para estar sano, no basta con acudir al médico cuando hay síntomas. Se requiere una cultura del cuidado integral basada en decisiones cotidianas que impactan profundamente nuestra calidad de vida.
La buena noticia es que no necesitamos fórmulas secretas ni costosos tratamientos. Volver a lo esencial puede ser suficiente.
Diversos especialistas coinciden en que hay seis pilares básicos sobre los cuales se construye una salud sólida y duradera: lo que comemos, lo que bebemos, cómo descansamos, cómo pensamos, cómo nos movemos y cómo respiramos.
1. Alimentación: lo natural antes que lo procesado
Hipócrates, considerado el padre de la medicina, lo dijo con claridad: “Que tu alimento sea tu medicina”. No hay salud sin una buena nutrición. Una dieta basada en alimentos naturales —frutas, verduras, legumbres, cereales integrales— fortalece el sistema inmunológico, regula el metabolismo y previene enfermedades.
Por el contrario, una alimentación cargada de productos ultraprocesados, azúcares, grasas saturadas y harinas refinadas nos vuelve más vulnerables.
El equilibrio entre alimentos alcalinos y ácidos es clave: lo ideal es que un 70% de nuestra dieta provenga de alimentos que alcalinizan el cuerpo (como vegetales y frutas frescas), y un 30% de aquellos que tienden a acidificarlo (como carnes rojas, café, harinas blancas o azúcares). Esta proporción favorece un pH corporal saludable, previniendo inflamaciones crónicas que están en la base de muchas enfermedades.
2. Hidratación: más agua, menos bebidas industriales
Nuestro cuerpo es en su mayoría agua. Sin ella, literalmente no podemos vivir. Sin embargo, no todas las bebidas hidratan. El agua pura es insustituible. Refrescos, bebidas alcohólicas, café o tés industriales aportan compuestos que, aunque sabrosos, estresan al organismo y contribuyen a su acidez. En exceso, deshidratan más de lo que hidratan.
La recomendación general es beber entre 2 y 3 litros de agua al día, dependiendo de la edad, el clima, el peso y el nivel de actividad. Y cuando sea posible, optar por agua filtrada o de manantial, reduciendo la exposición a químicos y metales pesados presentes en algunas fuentes públicas.
3. Descanso: dormir bien para sanar
Dormir no es un lujo, es una necesidad vital. Durante el sueño, el cuerpo se regenera, repara tejidos, regula hormonas y procesa emociones. Dormir mal —o no lograr un descanso profundo— afecta la memoria, el ánimo, el sistema inmunológico y hasta la salud metabólica.
Factores como una habitación oscura, libre de ruido y pantallas, una cena ligera, ejercicios de relajación antes de dormir y una rutina constante de horarios pueden marcar la diferencia. Dormir boca arriba o de lado (nunca boca abajo) y cuidar la postura también mejora la calidad del descanso.
4. Pensamiento: lo que habita tu mente, modela tu cuerpo
Nuestros pensamientos generan emociones, y nuestras emociones tienen un impacto directo en el cuerpo. El estrés crónico, la preocupación constante, la autocrítica o el miedo sostenido alteran el sistema nervioso, provocan inflamación y minan las defensas.
Cultivar pensamientos constructivos, practicar la gratitud, desarrollar la compasión y entrenar la mente mediante ejercicios como la meditación pueden ayudarnos a generar un estado mental más saludable y resiliente. La mente necesita higiene tanto como el cuerpo.
5. Movimiento: cuerpo activo, mente despierta
El sedentarismo es uno de los mayores enemigos de la salud. No moverse afecta la circulación, el sistema linfático, la digestión, el ánimo, e incluso la salud cerebral. Basta caminar 30 minutos al día, subir escaleras, bailar, andar en bicicleta o practicar cualquier actividad física que ponga el cuerpo en acción para notar grandes beneficios.
Además, la columna vertebral —centro del movimiento— tiene un papel crucial: su movilidad estimula el sistema nervioso y alimenta al cerebro. Como decía el neurocientífico Roger Sperry, el 90% de la estimulación del cerebro depende del movimiento espinal.
6. Respiración: respirar bien para vivir mejor
Respirar es el acto más básico y, paradójicamente, el más olvidado. Muchos adultos respiran mal: de forma superficial, agitada, desde el pecho. Esto mantiene al cuerpo en un estado de alerta, como si estuviera en peligro constante. En cambio, una respiración profunda y diafragmática activa el sistema parasimpático, encargado del descanso, la digestión y la regeneración.
Respirar mejor requiere práctica: ejercicios simples como inhalar lentamente por la nariz, expandiendo el abdomen, y exhalar por la boca, relaja el cuerpo y equilibra el sistema nervioso. Además, buscar respirar aire limpio —en la naturaleza, lejos del humo y la contaminación— es un acto de amor propio.
Recuperar el control de nuestra salud
Fortalecer estos seis pilares no es una tarea de un solo día, ni una receta mágica. Es una elección diaria de autocuidado y conciencia. Pero cada pequeño cambio suma. Comer mejor, tomar agua, moverse, descansar, respirar bien y cuidar nuestros pensamientos no sólo alarga la vida, sino que la mejora.
Porque la salud no empieza en el hospital, sino en el hogar, en el plato, en la mente y en el corazón.
Y en tiempos donde el estrés, la prisa y la enfermedad parecen imponerse, volver a lo esencial es también un acto de resistencia a las tendencias sedentarias y de esperanza de una larga vida saludable.