Sólo 16 % de los estadounidenses rechaza todo tipo de deportación de indocumentados
Basado en datos de Pew Research Center, 2025
Una reciente encuesta del Pew Research Center revela una realidad dura pero difícil de ignorar: sólo el 16 % de los estadounidenses considera que ningún inmigrante indocumentado debería ser deportado. El resto —una abrumadora mayoría— apoya que se expulse al menos a algunos, y hasta un tercio de los estadounidenses quiere que se vayan todos.
Este dato, por sí solo, habla de una profunda indiferencia hacia la vida, el trabajo y la historia de millones de personas que han hecho de Estados Unidos su hogar.
Aunque la encuesta no habla exclusivamente de latinos, es un hecho que la mayoría de los inmigrantes indocumentados en Estados Unidos son de origen latinoamericano, por lo que los resultados tienen una lectura clara: la sociedad estadounidense, en su mayoría, no quiere a los latinos dentro de su territorio, ni ilegales, ni residentes ni nacionalizados.

El rechazo no distingue fácilmente entre quienes tienen documentos y quienes no. De hecho, el 42 % de los latinos en EE. UU. teme que ellos mismos o alguien cercano pueda ser deportado, según la misma investigación. Este miedo se extiende incluso entre quienes ya cuentan con residencia legal o ciudadanía estadounidense, pues enfrentan estigmas, discriminación y exclusión en su vida cotidiana.
La encuesta también muestra un fenómeno preocupante: la deshumanización de los inmigrantes. Si bien el 97 % de quienes apoyan deportaciones dice que estas deben ser a personas con delitos violentos —algo razonable desde una perspectiva de seguridad pública—, también hay una porción significativa que respalda la expulsión de quienes simplemente llegaron recientemente, trabajan sin papeles o incluso están casados con ciudadanos estadounidenses. En otras palabras, no se evalúa a la persona por su historia o su aporte, sino por su estatus legal, y eso revela una mentalidad que privilegia el rechazo sobre la integración.
Esta exclusión no es solo legal o política; es también social. Los latinos en EE. UU. han vivido históricamente una baja integración cultural y sus círculos laborales, sociales, religiosos y políticos se limitan a grupos latinos pero no estadounidenses anglosajones.
Además los latinos en Estados Unidos tienen escasa representación en medios, en decisiones políticas locales y nacionales, y un acceso limitado a servicios, salud y educación de calidad. La marginación social ha sido un terreno fértil para el aislamiento, para la criminalización simbólica y para justificar políticas de deportación masiva, redadas y vigilancia constante.
Por eso la pregunta es inevitable: ¿y los latinos con nacionalidad o residencia legal? ¿Ellos sí son bienvenidos?
La respuesta no es clara. Si bien cuentan con derechos, la aceptación social no llega con el documento migratorio. La piel, los rasgos, el acento, el barrio en el que viven o el apellido que llevan siguen marcando distancia. Muchos latinos con ciudadanía viven también el peso del racismo, la invisibilización o el temor de ser confundidos, maltratados o despojados de su derecho a vivir en paz.
Una nación que aún no reconoce a sus trabajadores
Mientras tanto, millones de latinos —indocumentados o no— siguen siendo quienes limpian hospitales, recogen cosechas, cocinan en restaurantes, cuidan niños y ancianos, y pagan impuestos que financian el sistema que los quiere fuera. Estados Unidos no puede funcionar sin ellos, pero sí quiere hacerlo sin verlos.
El problema no es sólo migratorio. Es una crisis de empatía, de racismo estructural y de exclusión deliberada. Y es una responsabilidad de toda América Latina ver con claridad la situación y no hacer visiones equivocadas.