La generación del cambio: jóvenes africanos contra la corrupción y la perpetuidad del poder

0
45
La imagen representa a los jóvenes africanos protestando de noche. En el cartel central, la palabra “TUMECHOKA” —en suajili, idioma ampliamente comprendido en África oriental y central— que significa “estamos hartos”.

De Nairobi a Rabat, de Antananarivo a Kampala, una nueva generación africana ha salido a las calles para exigir dignidad, justicia y oportunidades. Son jóvenes sin partido, sin líderes y sin miedo: la generación que se enfrenta al poder con la fuerza de las redes y el sueño de una África libre.

El despertar en las calles

En las últimas semanas, las imágenes han sido tan potentes como familiares: miles de jóvenes africanos marchando entre gases lacrimógenos, pancartas improvisadas y teléfonos en alto transmitiendo en directo. 

En Nairobi, la multitud coreó “¡Estamos cansados!” mientras el Parlamento aprobaba un paquete fiscal que golpeaba a los sectores más pobres. En Madagascar, estudiantes y trabajadores bloquearon avenidas para protestar contra el alza de precios y la corrupción. 

En la norteña ciudad de Arusha, en Tanzania, un video mostraba a decenas de jóvenes corriendo entre columnas de humo y coreando: “¡Queremos nuestro país!”

En Marruecos, jóvenes se enfrentaron a la policía para denunciar el derroche en estadios y la decadencia del sistema de salud.

Estos episodios, aunque geográficamente distantes, comparten una raíz común: una juventud que se niega a ser espectadora del saqueo institucional que ahoga a sus países. El fuego que recorre África no es tribal ni religioso, sino generacional y ético.

Un movimiento sin rostro, pero con causa

Ninguno de estos movimientos tiene un líder visible. No hay siglas, ni partidos, ni organizaciones tradicionales que los dirijan. Son protestas espontáneas, coordinadas desde teléfonos y motivadas por una mezcla de frustración y esperanza. Los jóvenes que marchan no buscan sustituir a un presidente por otro: quieren sustituir un sistema por un sueño: ser libres.

En Camerún, las consignas reclaman el fin del autoritarismo. En Uganda, la juventud desafía la censura y las detenciones arbitrarias. En Kenya, protestan contra el peso de los impuestos que asfixian a los más pobres. En todos ellos, el grito es el mismo: “No más corrupción, no más mentiras”.

El movimiento no tiene rostro, pero tiene alma. Y esa alma es la de una generación que ha visto cómo sus padres envejecieron esperando un cambio que nunca llegó.

Las redes sociales: la nueva plaza pública

Si las revoluciones del siglo XX se gestaban en plazas y fábricas, las de hoy se incuban en la red. TikTok, X, Instagram y Telegram se han convertido en espacios de coordinación, denuncia y solidaridad. Los hashtags #EndBadGovernance, #KenyaProtests, #JusticeForMadagascar o #AfricanYouthRise no solo sirven para etiquetar, sino para unir.

En cuestión de horas, un video desde Kampala puede inspirar una manifestación en Antananarivo. Las fronteras coloniales, tan marcadas en los mapas, se diluyen en el espacio digital. Por primera vez, la juventud africana se ve a sí misma como parte de una causa continental, no solo nacional.

Sin embargo, esta misma fortaleza digital encierra un riesgo: la rapidez con que algo se viraliza también puede diluirlo. El desafío es transformar el clic en compromiso, el trending topic en organización.

El precio de la rebeldía

El poder no ha respondido con diálogo, sino con fuerza. En Nairobi, decenas de manifestantes fueron detenidos y varios murieron en enfrentamientos con la policía. En Uganda, activistas digitales han sido rastreados y encarcelados bajo acusaciones de “difusión de información falsa”. En Camerún y Chad, la represión ha dejado una estela de heridos y desaparecidos.

Pero lejos de intimidar, la violencia estatal ha reforzado la convicción de muchos jóvenes. “Nos pueden quitar el trabajo, pero no la dignidad”, escribió una estudiante keniana en su cuenta de X, luego de presenciar la detención de sus compañeros.

El costo humano es alto, pero también simbólico: cada joven arrestado o golpeado encarna el miedo de un poder que sabe que el tiempo ya no juega a su favor.

Los límites del movimiento

A pesar de su fuerza moral, este movimiento enfrenta debilidades que podrían frenarlo: la ausencia de un liderazgo legítimo, la falta de un programa político común y la carencia de estructura organizativa.

Muchos jóvenes desconfían de los partidos, de las ONG y de cualquier forma institucional. Esa desconfianza —comprensible después de décadas de corrupción— impide que la protesta se traduzca en una alternativa de poder.

Por ahora, las movilizaciones funcionan como un espejo que refleja la frustración colectiva, pero todavía no como un motor de transformación.

La energía está, la conciencia existe, pero falta el puente entre la calle y el cambio.

Una generación sin miedo

Aun con sus limitaciones, algo ha cambiado de manera irreversible: la juventud africana ha perdido el miedo. Ya no teme al uniforme, ni al silencio, ni a la censura.

Ha descubierto que la indignación compartida puede ser más poderosa que el miedo individual.

Esta generación no espera a que otros hablen por ella. Se organiza, documenta, comparte, exige. Puede que aún no tenga un proyecto político definido, pero posee una fuerza histórica: la convicción de que África puede y debe decidir su propio destino.

Y aunque los gobiernos intenten contener las protestas, algo se mueve bajo la superficie: una conciencia colectiva que crece, madura y se prepara. Quizá todavía no  estemos viendo una revolución política, pero sí una revolución moral.

¿Protesta o renacimiento?

La pregunta queda abierta: ¿podrán estos jóvenes convertir su rebeldía en proyecto, su hartazgo en propuesta, su esperanza en un nuevo modelo africano? Esa será la gran cuestión del futuro inmediato del continente y el hilo conductor del próximo artículo de esta trilogía: “África ante su destino: del descontento a la esperanza”.

DEJA UNA RESPUESTA

Please enter your comment!
Please enter your name here