
En la conversación pública mexicana, el llamado “bloque negro” suele ser presentado como una suma de vándalos, infiltrados o simples delincuentes pagados para reventar marchas.
Frente a estas simplificaciones, el historiador Carlos Illades ha investigado el fenómeno con rigor histórico y sociológico, mostrando que allí hay algo más complejo: una práctica de acción directa con raíz anarquista, con formas específicas de organización y un lugar definido dentro de la protesta contemporánea.
Los estudios de Illades hacen dos aportaciones muy importantes:
Primero, desmonta las narrativas conspirativas que impiden entender el malestar social que realmente atraviesan estos grupos.
Y segundo, ayuda a comprender la lógica del bloque negro, lo que no implica avalar sus métodos, especialmente cuando estos chocan de frente con las necesidades elementales de paz y estabilidad de la sociedad.
En este artículo retomamos las principales claves que aporta Illades sobre el bloque negro y, a partir de ellas, proponemos una reflexión propia: la asincronía entre esta forma de protesta violenta y los intereses legítimos de una sociedad que necesita vivir, trabajar y convivir sin miedo.
Qué aporta la investigación de Carlos Illades
En sus trabajos sobre izquierdas radicales y neoanarquismo, Illades insiste en que el bloque negro no es simplemente un grupo de vándalos sueltos. Es, ante todo, una táctica de acción directa asociada a colectivos de inspiración anarquista, que se inserta en manifestaciones más amplias.
Illades ha documentado tres rasgos fundamentales del bloque negro:
- Su genealogía internacional (desde Alemania y las protestas antinucleares, pasando por Seattle 1999, hasta su presencia en movimientos globales contra el capitalismo y la globalización),
- su llegada y adaptación al contexto mexicano,
- Su modo de operación como “guerrilla citadina” incrustada en las marchas, lo cual los acerca más a la lógica de la propaganda que a la delincuencia organizada.
Sin embargo, el propio Illades ha subrayado algo que a veces se pierde en el debate:
el hecho de que el bloque negro no sea un conjunto de vándalos vulgares no significa que no cometa delitos. Incluso Illades ha llegado a señalar que esos delitos deben ser sancionados, aunque sin perder de vista que no se trata de delincuentes comunes, sino de actores con motivación política e ideológica.
Es decir: Illades no romantiza, pero tampoco caricaturiza. Su investigación abre una puerta para entender qué hay detrás de esas capuchas negras, aun cuando lo que se vea detrás no resulte tranquilizador.
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¿Quiénes son y qué los define según Illades?
A partir de los análisis de Illades, se pueden identificar varios rasgos centrales del bloque negro:
- No es una organización formal, sino una táctica:
Son grupos que se organizan para actuar dentro de marchas y protestas, pero que no se estructuran como partido ni como movimiento con liderazgo visible. - Ideología anarquista o neoanarquista:
Hay un rechazo frontal del Estado, del capitalismo y de cualquier forma de autoridad centralizada. No buscan reformar el sistema, sino minarlo y, en última instancia, destruirlo. - Organización horizontal y grupos de afinidad:
Se coordinan en pequeños núcleos que toman decisiones colectivas, se reparten tareas y se protegen unos a otros. No hay vocería oficial ni líderes reconocidos. - Uso del anonimato y del color negro:
El anonimato y el color negro no solo son un mecanismo de protección contra la persecución penal, sino como gesto político que diluye la figura individual en una masa que se asume “sin rostro”. - Negativa al diálogo institucional:
No reconocen legitimidad en las instancias de negociación ni en las mediaciones políticas; la interlocución con el Estado o con partidos se percibe por el bloque como cooptación. - Estilo específico de manifestación violenta:
Consiste en enfrentamientos directos con la policía, destrucción de mobiliario urbano, ataques a edificios públicos, bancos, corporaciones y, con frecuencia, comercios privados.
Illades muestra que, en la lógica del bloque negro, esa violencia no es un exceso casual o circunstancial, sino la decisión política de atacar símbolos del poder y “devolver” la violencia que, a su juicio, el sistema ejerce estructuralmente sobre los de abajo.
Ideología y acción: coherencia interna y conflicto externo
Desde la perspectiva de la investigación de Illades, el bloque negro encuentra ética y coherente la acción directa: no esperar a las instituciones, no confiar en la representación política y no supeditar la protesta a canales legales considerados ineficaces o corruptos.
En esa lógica:
- dialogar con el Estado significaría legitimar lo que cuestionan;
- aceptar marcos legales es aceptar las reglas del juego del adversario;
- renunciar a la acción violenta es renunciar a una herramienta que consideran indispensable para hacer visible la injusticia estructural.
Es importante subrayar que Illades, en las intervenciones públicas donde ha hablado del tema, no deja de recordar que efectivamente:
- las acciones del bloque negro cometen delitos,
- deben ser objeto de sanción,
- pero no pueden analizarse como si se tratara de ladrones de ocasión o pandillas sin orientación política.
Hasta aquí, estamos en el terreno de la descripción e interpretación histórica. El siguiente paso es preguntarnos qué implica todo esto para la sociedad que padece las consecuencias de sus actos.
La gran asincronía: una guerra simbólica en una sociedad que necesita paz
El punto que la investigación de Illades permite ver es la desincronía profunda entre la lógica del bloque negro y las necesidades vitales de la mayoría de la población. El debate público necesita tomar en cuenta esta considera.
Mientras el bloque negro actúa bajo una lógica de confrontación permanente contra el Estado y el capital, la inmensa mayoría de la gente vive con otras urgencias como abrir el negocio y lograr las ventas del día, llegar al trabajo, cuidar a sus hijos, moverse con seguridad en la ciudad y conservar un mínimo de estabilidad.
Cuando las acciones del bloque negro se traducen en cristales rotos de pequeños comercios, transporte dañado o bloqueado, calles convertidas en campo de batalla y miedo en quienes solo pasaban por ahí, la violencia ya no se experimenta como un “gesto político” contra el sistema, sino como un ataque directo a la vida cotidiana de personas que no detentan el poder ni han decidido el rumbo del país.
Dicho de otro modo: La guerra simbólica que libran contra el Estado y el capital termina golpeando, en los hechos, a quienes menos margen tienen para absorber las pérdidas. Incluso dañar un momumento, un edificio público o un parque, no es al Estado al que se daña, sino a bienes propiedad de la nación.
Es aquí donde aparece con fuerza la pregunta ética que el análisis histórico no puede eludir: ¿qué legitimidad puede reclamar una forma de protesta que, en nombre del pueblo, lastima de manera recurrente al mismo pueblo?
Delincuencia ideológica y daño social
Illades ha sido claro al afirmar que el hecho de que estos grupos no sean vándalos al azar no los coloca por encima de la ley. Cometen delitos y deben ser sancionados.
La distinción importante no es si hay o no delito —porque lo hay—, sino qué tipo de sujetos cometen esos delitos:
- no son bandas dedicadas al lucro,
- no son carteles,
- tampoco son vecinos que explotaron en un arranque de ira.
Son grupos que se conciben a sí mismos como actores políticos y que justifican su violencia desde un marco ideológico. Esto no los absuelve, pero sí obliga a nombrar lo que son: productores de daño social con motivación política.
Desde ahí, se pueden plantear tres cosas a la vez:
- Que el derecho a la protesta no incluye el derecho a destruir la vida de terceros.
- Que la respuesta del Estado debe sancionar los delitos, sin borrar la dimensión política ni caer en explicaciones simplistas de “pura delincuencia común”.
- Que la sociedad tiene derecho a exigir justicia y reparación sin aceptar que la etiqueta de “protesta” justifique cualquier cosa.
El Estado frente al bloque negro: firmeza y responsabilidad
Si algo deja claro la experiencia reciente en México es que la omisión también es una forma de violencia. Cuando el Estado mira hacia otro lado mientras se destruyen comercios, se agrede a terceros o se siembra miedo en el espacio público, incumple su responsabilidad más elemental: garantizar la paz social.
Eso no significa que deba responder con represión indiscriminada ni con mano dura ciega. Pero sí implica:
- proteger la integridad de quienes se manifiestan pacíficamente,
- defender a comerciantes y trabajadores que nada tienen que ver con los grupos de choque,
- y sancionar a quienes, amparados en la protesta, se dedican sistemáticamente a destruir bienes y poner en riesgo vidas.
La investigación de Illades ayuda a entender mejor de dónde vienen y cómo funcionan estos grupos. El desafío político y ético es aprovechar el conocimiento para diseñar respuestas más inteligentes y justas, no para normalizar la violencia ni resignarse a ella.
Comprender sin justificar: una frontera que no debemos cruzar
La contribución de Carlos Illades es valiosa porque rompe con dos trampas:
- la que reduce todo a “vándalos pagados”,
- y la que tiene una visión romántica del bloque negro como si fuera la punta de lanza de una épica emancipadora.
Su trabajo demuestra que el fenómeno tiene raíces históricas, ideológicas y organizativas complejas. Pero precisamente por eso, la pregunta central no desaparece, sino que se vuelve más apremiante:
¿Puede una forma de lucha que sistemáticamente daña a terceros, destruye pequeños patrimonios y alimenta el miedo, reclamar legitimidad moral en nombre de la justicia social? Nuestra respuesta es no.
Entender el malestar que los nutre, estudiar sus orígenes y reconocer que no son delincuentes comunes no borra el hecho de que sus acciones atentan contra un bien colectivo indispensable: la paz social.
La democracia necesita crítica, protesta y disenso. Pero también necesita calles transitables, escuelas abiertas, negocios funcionando, transporte en marcha.
Sin ese piso mínimo de estabilidad, no hay libertad posible para nadie.
Comprender al bloque negro, como propone Illades, es necesario. Confundir comprensión con justificación, en cambio, sería una renuncia peligrosa a la defensa del tejido social que todos compartimos.
¿Quien es Carlos Illades?
Carlos Illades Aguiar es licenciado y maestro en Historia por la UNAM, doctor por El Colegio de México, profesor titular en el Departamento de Humanidades de la UAM-Cuajimalpa, investigador nacional nivel 3 del SNI, miembro de la Academia Mexicana de Ciencias, miembro de número de la Academia Mexicana de la Historia y profesor distinguido de la UAM. Ha sido investigador visitante en las universidades de Harvard, Jaume I, Potsdam, Leiden, Columbia y el CIDE. Impartió cursos de posgrado en la UAM, Instituto Mora, BUAP, UNAM, El Colegio de México y la Universidad Jaume I. Premio de investigación de la Academia Mexicana de Ciencias (1999), ha participado como ponente en setenta y nueve congresos en México y el extranjero, además de publicar artículos científicos en México, España, Alemania, Holanda, Francia, Inglaterra, Australia, Rusia, Estados Unidos, Brasil, Argentina y Chile.










