
Chile, Argentina, Bolivia y Perú muestran que la pérdida de apoyo a gobiernos de izquierda no responde a un giro ideológico del pueblo, sino a decepciones concretas, crisis de confianza y promesas que no lograron sostenerse en la vida cotidiana.
Chile, Argentina, Perú y Bolivia: cuando la decepción pesa más que la memoria
En los últimos años, América Latina ha sido escenario de un fenómeno que desconcierta a analistas, militantes y ciudadanos: sectores populares y empobrecidos han retirado su respaldo a gobiernos de izquierda o progresistas, incluso cuando la derecha representa políticas conservadoras, abiertamente favorables a las élites económicas y dispuestas a entregar sus recursos naturales a Estados Unidos.
El caso más reciente y simbólico es Chile, donde en 2023 y 2024 se consolidó el avance de una derecha que no oculta su cercanía ideológica con el legado de Augusto Pinochet. Pero no es un hecho aislado. Situaciones similares se han vivido en Argentina, Bolivia y Perú, cada una con matices propios, pero con un denominador común: la pérdida de confianza del pueblo en proyectos de izquierda que prometieron justicia social y no lograron sostenerla en el tiempo.
Chile: del estallido social al desencanto político
En octubre de 2019, Chile vivió uno de los estallidos sociales más importantes de su historia reciente. Millones de personas —en su mayoría jóvenes y sectores populares— salieron a las calles para protestar contra la desigualdad, el alto costo de la vida y un modelo económico heredado de la dictadura pinochetista.
Ese proceso abrió la puerta al triunfo de Gabriel Boric en diciembre de 2021, con una coalición de izquierda que prometía transformaciones profundas. Sin embargo, apenas dos años después, la ciudadanía rechazó en plebiscito dos propuestas constitucionales (2022 y 2023) y permitió el avance de fuerzas conservadoras encabezadas por José Antonio Kast, un político que reivindica abiertamente el orden pinochetista.
¿Qué ocurrió y cómo explicar ese cambio radical en la preferencia electoral de la sociedad?
No fue un giro ideológico súbito del pueblo chileno. Lo que ocurrió en la conciencia social fue un desencanto. Las reformas prometidas avanzaron lentamente, la inseguridad creció, la economía se estancó y la vida cotidiana no mejoró al ritmo esperado. Para amplios sectores populares, la promesa de cambio simplemente no se cumplió.
Argentina: ajuste, inflación y el voto a favor del salto al vacío
En Argentina, el gobierno de Alberto Fernández (2019–2023), apoyado por el kirchnerismo, llegó al poder con un discurso de protección social y recuperación económica tras el ajuste de Mauricio Macri. Sin embargo, la inflación descontrolada, la pérdida del poder adquisitivo y las disputas internas del oficialismo erosionaron rápidamente su credibilidad.
En noviembre de 2023, una parte importante del electorado popular votó por Javier Milei, un economista ultraliberal que prometió un ajuste radical, reducción del Estado y eliminación de políticas sociales tradicionales.
El voto no fue un respaldo consciente al neoliberalismo extremo, sino un voto de castigo a quien prometió y no cumplió. Para muchos sectores empobrecidos, el gobierno que prometió protegerlos no cumplió, y la desesperación abrió la puerta a una opción riesgosa.
Bolivia y Perú: la inestabilidad agotó al pueblo
En Bolivia, el Movimiento al Socialismo (MAS) logró durante años reducir la pobreza y mejorar las condiciones de vida bajo el liderazgo de Evo Morales. Sin embargo, tras su salida del poder en 2019, el retorno del MAS con Luis Arce en 2020 se enfrentó a divisiones internas, desgaste político y menor capacidad de movilización social.
En Perú, el caso es aún más claro. Pedro Castillo, un maestro rural electo en 2021 con el apoyo de sectores pobres y rurales, no tuvo capacidad para construir un gobierno estable. La improvisación, la falta de cuadros políticos y los escándalos constantes terminaron por aislarlo, hasta su destitución ilegal en diciembre de 2022, donde no contó con una defensa popular masiva.
¿Traición del pueblo o fracaso de los gobiernos?
Una explicación simplista sostiene que los pobres “votan contra sus intereses”. Pero esta idea ignora una realidad clave: nadie abandona un proyecto de justicia social sin una decepción profunda.
Los pueblos latinoamericanos sí comprenden la desigualdad, el saqueo histórico y la importancia de la soberanía. Pero cuando un gobierno de izquierda no logra mejorar de forma clara la vida cotidiana, tolera la corrupción y la simulación, genera incertidumbre económica y se distancia del pueblo real, entonces pierde su principal capital político: la credibilidad ética.
Los partidos políticos de izquierda necesitan sacar una lección de todo esto: el voto popular no es un inquebrantable pacto ideológico; es una decisión práctica frente al miedo, la incertidumbre y la necesidad.
México: por ahora es una excepción
México ofrece un contraste relevante. Desde 2018, el gobierno encabezado por Andrés Manuel López Obrador y posteriormente por Claudia Sheinbaum logró mantener respaldo popular gracias a programas sociales directos, aumento del salario mínimo y una narrativa clara y poderosa: “por el bien de todos, primero los pobres”.
La ideología se tradujo en mejoras materiales visibles, lo que permitió resistir una fuerte y agresiva ofensiva de los medios de comunicación alineados con la derecha y de las organizaciones políticas de oposición.
Sin embargo, incluso en el caso de México persiste la advertencia: el respaldo popular depende de la coherencia ética y de resultados concretos, no de la lealtad ideológica.
La situación de la izquierda mexicana nos recuerda la anécdota de Julio César que se divorció de su esposa Pompeya porque se rumoraba que le era infiel. A pesar de que se demostró que si le guardaba fidelidad, decidió divorciarse. Cuando le preguntaron por qué tomó esa decisión él respondió: La mujer del César no solo debe ser honorable, sino parecerlo.
Con frecuencia los políticos de Morena que ostentan cargos de responsabilidad, se dan el gusto de comprarse ropa, relojes, zapatos, viajes y propiedades a las que el pueblo no tiene acceso. Eso ante los ojos del pueblo no parece honorable. El divorcio entre el pueblo y el gobierno de izquierda depende no sólo de ideologías, sino del cumplimiento de promesas, satisfacción de necesidades y de la verdadera cercanía a la realidad popular.
La historia sigue abierta
Lo que ocurre hoy en América Latina no es el abandono definitivo de la justicia social, sino una etapa crítica de aprendizaje. Los pueblos no han renunciado a la igualdad, a la búsqueda de bienestar ni a la defensa de la soberanía; pero sí han cuestionado a quienes no lograron encarnarla de manera convincente.
La izquierda no enfrenta una derrota histórica irreversible, sino una lección mayor: gobernar con coherencia, eficacia y ética, demostrando que es posible mejorar la vida de los más pobres sin sacrificar la libertad ni la estabilidad.
La historia no ha terminado.
Pero tampoco concede cheques en blanco.










