Por qué ningún gobierno extranjero debe venir a salvar a un pueblo

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Mapa de América Latina que muestra las regiones históricamente dominadas por potencias extranjeras como España, Francia, Estados Unidos y Reino Unido.
La huella del dominio extranjero en América Latina. Más que invasiones puntuales, estos territorios vivieron procesos prolongados de control político, económico y cultural por parte de potencias externas.

La historia de América Latina demuestra que toda intervención llega con un discurso noble y se va con recursos ajenos. La independencia no fue un accidente: fue una necesidad.

Cada vez que en América Latina alguien propone que un gobierno extranjero “intervenga” para resolver los problemas de otro país, conviene hacer una pausa y mirar la historia para entenderla.

España no llegó a América diciendo que venía a saquear oro. Llegó diciendo que venía a evangelizar y civilizar. Francia intentó imponer un emperador en México con el argumento de poner orden, pero en realidad buscaba gobernar. Estados Unidos siempre ha dicho que invade en nombre de la democracia o la seguridad, pero en realidad busca el saqueo de petróleo y demás riquezas naturales.

El resultado ha sido siempre el mismo.

Las potencias no actúan por altruismo. Actúan por interés. Ayer fue el oro, hoy puede ser el petróleo, el litio, el gas, el control geopolítico o la influencia regional. El discurso cambia, el objetivo no.

Por eso los procesos de independencia latinoamericanos no fueron simples rebeliones, sino proyectos políticos profundamente conscientes: entendieron que ningún imperio administra justicia para otros pueblos. Que nadie derrama sangre ajena por amor. Que toda intervención tiene factura, y siempre la pagan los pueblos intervenidos.

México cometió errores, muchos. Pero cuando permitió que un emperador extranjero ocupara la silla presidencial, rectificó con claridad histórica. Otros países aprendieron lo mismo a lo largo del siglo XIX y XX.

La lección es simple y vigente: los problemas internos no se resuelven entregando la soberanía. Se resuelven con procesos propios, largos, imperfectos, pero dignos.

Creer que una invasión puede traer democracia es olvidar que la democracia no se impone: se construye. Y ningún país la regala.

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