El derecho a protestar no puede anular el derecho a aprender
En México, los conflictos laborales del magisterio tienen larga historia. Las demandas de los profesores —muchas veces legítimas— suelen girar en torno a mejores condiciones laborales, pagos justos y respeto a sus derechos sindicales. Sin embargo, cuando estas luchas se ejercen a costa de los derechos de los niños, algo muy profundo se quiebra.
Hoy, con un nuevo paro encabezado por la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE), miles de niñas y niños han quedado nuevamente sin clases. Escuelas cerradas, planes de estudio interrumpidos, padres angustiados. Todo bajo el lema de una lucha que, aun si tiene causas atendibles, no puede jamás justificar el abandono de las aulas.
La protesta social es legítima. También lo es la búsqueda de mejoras para un gremio que ha sido históricamente ignorado o manipulado por intereses políticos. Pero ningún argumento, por sólido que sea, autoriza a dejar sin clases a la infancia. La vocación de educar implica una responsabilidad ética profunda: haber elegido formar personas, abrir horizontes, acompañar vidas. Esa elección no puede usarse como moneda de cambio ni como herramienta de presión.
Más grave aún es que esta movilización haya derivado en actos violentos, agresiones a periodistas y daños al espacio público en la Ciudad de México. No hay demanda que justifique el vandalismo ni la intimidación. El magisterio debe ser ejemplo, no amenaza. Y cuando quienes se presentan como defensores de la educación terminan saboteándola, la contradicción se vuelve insostenible.
Por eso, desde Tejido Nacional, hacemos un llamado firme pero respetuoso a los profesores movilizados: protestar, sí; organizarse, también. Pero nunca más a costa del derecho de los niños a aprender. Encontrar vías inteligentes, creativas y firmes para hacer valer sus demandas es, además de posible, necesario.
México necesita maestros conscientes de su valor, pero también de su misión. Porque un país sin educación no avanza, y un país donde la educación se detiene por intereses ajenos a los niños, se traiciona a sí mismo.