México, Estados Unidos y Canadá se preparan para ofrecer no sólo el mayor torneo de la historia, sino el más uniforme bajo los pies de los jugadores: un terreno de juego estandarizado, natural y simbólico.
Falta exactamente un año. El 11 de junio de 2026, el Estadio Azteca volverá a ser el epicentro del fútbol mundial. A cuatro décadas del mítico Mundial de 1986, México abrirá otra Copa del Mundo, esta vez compartida con Estados Unidos y Canadá, en el que será el torneo más grande de la historia: 48 selecciones, 104 partidos, tres países anfitriones y una sola promesa: que el fútbol se juegue igual en Toronto que en Monterrey, en Guadalajara como en Miami.
En el corazón de esta promesa no sólo hay logística, tecnología o infraestructura. Hay también un símbolo poderoso: la cancha. Un campo de juego tan uniforme como natural, donde cada toque de balón, cada sprint y cada giro se sienta igual sin importar la latitud. Una odisea científica que ha movilizado viveros, universidades, laboratorios agrícolas y cientos de millones de dólares. Pero también, una muestra de que cuando tres naciones se unen por un deporte, pueden ofrecer al mundo más que espectáculo: una experiencia común e igualitaria
Una alfombra para el mundo
A diferencia de torneos anteriores donde las condiciones variaban según el estadio —con superficies irregulares, pastos sintéticos o parches improvisados—, la FIFA ha determinado que todos los estadios del Mundial 2026, incluidos los techados, deberán tener césped natural o híbrido de última generación. Esto implica un trabajo titánico: desde la siembra controlada en viveros hasta la instalación de serpentines de drenaje, ventilación subterránea y sistemas de riego por abajo.
Monterrey, por ejemplo, ha destinado más de siete millones de dólares a renovar completamente su campo, con un pasto nuevo, certificado por FIFA, cultivado a las afueras de la ciudad. En Guadalajara, se optó por un sistema híbrido con irrigación subterránea y larga duración, mientras que en la Ciudad de México, el Azteca ya se prepara con césped Kikuyo, resistente a la altitud.
En Estados Unidos, el reto ha sido mayor: siete estadios cerrados deberán sustituir su césped artificial por natural, transportado en camiones refrigerados desde viveros de alta tecnología. Allí, se recrean las condiciones de fotosíntesis mediante invernaderos que simulan luz solar y circulación de aire, para garantizar un campo perfecto incluso bajo techo.
Más que pasto: una fe deportiva compartida
Este trabajo no es sólo técnico. También es simbólico. La unificación del terreno de juego en 16 ciudades, con climas, altitudes y culturas distintas, representa algo más profundo: la voluntad de crear una base común en medio de la diversidad. Una especie de “vecindad de la fe” futbolera, donde cada país aporta lo mejor de sí para construir un torneo verdaderamente compartido.
Las sedes en México serán:
- Ciudad de México
- Guadalajara
- Monterrey
Las sedes en Estados Unidos estarán en:
- Seattle
- San Francisco
- Los Ángeles
- Kansas City
- Dallas
- Atlanta
- Houston
- Boston
- Filadelfia
- Miami
- Nueva York/Nueva Jersey
Y las de Canadá en:
- Vancouver
- Toronto
Esa vecindad no es nueva. En 1986, en los meses previos al Mundial, el césped del Estadio Azteca fue transportado desde viveros en el Pedregal. Hoy, el mismo coloso se prepara de nuevo, no sólo con grama nueva, sino con la historia viva de aquel torneo en el que brilló Maradona y que selló el amor de México por el fútbol.

Ciencia, tradición y legado
Detrás del césped hay ciencia, claro: sensores de rebote, cámaras de alta velocidad que miden trayectorias milimétricas, y máquinas que simulan pisadas con precisión quirúrgica. Pero también hay legado. Los estadios mexicanos conservarán este césped después del Mundial, beneficiando a clubes como Rayados y Chivas, y dejando una huella permanente en la infraestructura deportiva del país.
El Mundial 2026 será, sin duda, el torneo de los récords. Pero también puede ser el de la unidad. No sólo por reunir a más selecciones que nunca, sino por lo que ocurre justo debajo de cada jugada: un terreno uniforme, natural y simbólico, que dice al mundo que es posible correr juntos, aunque vengamos de geografías distintas.