En mercados, ferias y escaparates de museos, los bordados, cerámicas, tallados y textiles de los pueblos originarios mexicanos siguen llamando la atención del mundo. Su colorido, técnica y simbolismo impactan a cualquiera. Pero detrás de esas piezas hay una pregunta sin resolver: ¿estamos frente a arte o sólo artesanía?
Esta interrogante no es sólo semántica. Es política, económica y cultural. En juego está el reconocimiento simbólico y material de miles de creadores indígenas cuyos saberes milenarios continúan siendo subestimados por una visión dominante que los encasilla como “manualistas” o “productores típicos”.
La frontera artificial entre arte y artesanía
Desde el siglo XIX, en el mundo occidental se impuso una distinción: el “arte” sería libre, creativo, contemplativo; la “artesanía”, en cambio, funcional, repetitiva y de menor valor. Esta clasificación jerárquica fue heredada por muchas instituciones mexicanas, incluyendo algunas museísticas.
Es una visión profundamente colonial. Lo que no entra en los cánones europeos de expresión estética se considera “menor”. Pero eso no corresponde con la realidad cultural indígena.
En los pueblos originarios, la creación de objetos no distingue entre lo útil y lo bello: la estética está integrada a la vida cotidiana, al rito y a la memoria. El arte no es una categoría separada. Bordar, tallar, tejer, modelar barro… todo forma parte de un mismo entramado espiritual, social y simbólico.
Entre el telar y el museo: caminos cruzados
Algunas expresiones, como los textiles tenangos de Hidalgo o los cuadros de estambre huicholes, han ganado reconocimiento internacional. Pero muchas veces esto ocurre una vez que han sido reapropiadas, curadas y descontextualizadas en galerías urbanas.
El mismo bordado que en la comunidad cuesta 300 pesos, en una tienda de diseño vale 3 mil. Pero el artesano sigue sin ver esa diferencia, y además, sin saberlo, muchas veces sus diseños están siendo copiados por marcas internacionales.
Lo que se pone en evidencia es la invisibilización del creador. En el sistema del arte contemporáneo, el nombre del artista es clave. En la cadena de la artesanía, en cambio, el autor es muchas veces irrelevante: importa el estilo, el precio, el objeto. No la historia que hay detrás.

Saber ancestral, creación presente
A pesar de estas tensiones, cientos de comunidades indígenas resisten desde su quehacer cotidiano. Y lo hacen con creatividad e innovación. Los diseños se adaptan, dialogan con nuevos materiales, reinterpretan símbolos, siempre sin perder su raíz.
“Cuando bordamos un pájaro, no es sólo decoración. Es el ave que anuncia la lluvia, o que guía el alma del muerto”, explica la señora Xochitl, bordadora de Hueyapan, Puebla. “Cada figura tiene una razón de ser. No bordamos por bordar”.
Este valor simbólico, según especialistas, es prueba de que no estamos sólo frente a una artesanía decorativa, sino ante una forma de arte profundamente ligada a la identidad colectiva. Una estética comunitaria que escapa a las lógicas del mercado, pero que hoy enfrenta el riesgo de ser diluida o apropiada.

La amenaza de la apropiación cultural
En los últimos años, distintos casos de apropiación cultural han salido a la luz. Marcas extranjeras —y también nacionales— han reproducido diseños indígenas sin autorización ni reconocimiento. Esto ha motivado demandas y propuestas de ley para proteger la propiedad intelectual colectiva de los pueblos originarios.
Sin embargo, el camino legal es lento. Y mientras tanto, las comunidades siguen defendiendo sus creaciones en un terreno desigual. “La lucha no es sólo por el dinero, es por el respeto”, afirma Eloísa Cruz, artesana mazahua. “No somos fábricas de souvenirs, somos portadoras de un arte vivo”.
¿Y entonces? ¿Arte o artesanía?
En la práctica, la distinción se vuelve cada vez más borrosa. Hay piezas con alta carga estética y simbólica, elaboradas con técnicas complejas, que bien podrían ocupar un lugar en cualquier museo de arte contemporáneo. Pero siguen siendo clasificadas como “artesanías” por venir de manos indígenas.
Quizás la pregunta no debería ser si es arte o artesanía, sino: ¿por qué seguimos necesitando separar una cosa de la otra?
Como escribe el poeta zapoteco Irineo Salvador:
“Nuestras manos no hacen cosas bonitas, hacen pedazos del mundo que somos”.