Bolivia: la lección que México no debe olvidar

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Bolivia ha hablado en las urnas y el resultado es tan claro como inquietante: Rodrigo Paz Pereira y Jorge “Tuto” Quiroga, ambos de derecha, se disputarán la presidencia en una segunda vuelta el 19 de octubre, según los resultados preliminares. 

El histórico Movimiento al Socialismo (MAS), que durante dos décadas fue sinónimo de transformación social, quedó relegado a un lejano tercer lugar. La nación andina, que alguna vez fue emblema de la reducción de la pobreza y de la movilidad social en Sudamérica, ahora se dirige a entregar el poder a las fuerzas conservadoras de derecha.

El mensaje es simple, pero contundente: ningún proyecto de izquierda, por exitoso que haya sido, tiene garantizada su permanencia si pierde coherencia, se fragmenta o deja de cumplirle a su pueblo.

El pueblo boliviano, pobre en su mayoría, ya no votó por el movimiento que le favoreció, que le acompañó. Ya no votó por la izquierda que le dio esperanza. Ahora eligió a sus peores verdugos históricos, porque la izquierda que por 20 años tuvo la oportunidad de gobernar, se dobló ante el egoísmo, la ambición del poder, y terminó traicionando al pueblo. 

La caída de un gigante político

El MAS fue, durante años, un símbolo continental. De su mano, Bolivia redujo la pobreza extrema, amplió la cobertura educativa, fortaleció la presencia indígena en la vida pública y logró un crecimiento económico sostenido. 

Pero los logros de la izquierda boliviana no bastaron cuando llegaron las fracturas internas y la seducción del dinero, y llegó el cansancio ciudadano.

El divorcio entre “evistas” y “arcistas” abrió heridas que nunca cerraron; la disputa de políticos egoístas se volvió más fuerte que el compromiso con los pobres. La economía, mientras tanto, perdió el brillo de los años del gas y la bonanza exportadora: llegaron la escasez de dólares, inflación, crisis de combustibles, largas filas en las gasolineras. 

El proyecto que un día levantó a millones comenzó a tambalearse, no por la fuerza de sus adversarios, sino por su propia incapacidad de mantener la unidad y sostener los resultados.

Una advertencia para la Cuarta Transformación

México debe mirar con atención este espejo. La Cuarta Transformación se ha nutrido de principios semejantes: primero los pobres, justicia social, combate a la desigualdad. Pero Bolivia enseña que los pueblos pueden retirar su confianza cuando los líderes se pierden en divisiones internas, pésimos testimonios de austeridad y ambiciones personales por encima del bien común.

Por eso la derecha no se esfuerza en construir un proyecto de nación. Sólo espera que la izquierda se divida, traicione sus principios y se deje seducir por el lujo y el confort. A la derecha mexicana no le interesa el pueblo, no le atrae la democracia, sólo espera que la izquierda se equivoque y el pueblo se harte.

En México, los desencuentros entre figuras cercanas al expresidente Andrés Manuel López Obrador, las pugnas en el reparto de candidaturas, los excesos de quienes predican austeridad mientras exhiben privilegios, y la tentación de algunos por eternizarse en el poder son síntomas que no deben ignorarse.

Bolivia recuerda que el pueblo vota con la memoria fresca: no perdona la incongruencia. Si los actores de la 4T muestran más interés por su propia carrera que por los desfavorecidos, si la austeridad se convierte en discurso hueco en lugar de ser práctica honesta y ejemplar, si las divisiones políticas pesan más que el amor por México, entonces la transformación corre el riesgo de diluirse y abrir la puerta a sus adversarios.

No basta con haber hecho historia

El MAS creyó que la historia de logros sería suficiente para sostenerse en el poder. Descubrió tarde que el pueblo vota por gratitud, sí, pero no es un cheque en blanco, porque la confianza no se renueva en automático. 

Lo mismo puede suceder en México si la Cuarta Transformación descansa en los laureles de lo conseguido y olvida que la justicia social exige disciplina, coherencia y humildad cotidiana. El pueblo de México, dolido por la traición, aún puede votar por su peor enemigo: la derecha.

Bolivia enseña que cuando la izquierda se divide, gana la derecha; cuando los principios se erosionan, la esperanza se desvanece; y cuando los liderazgos se desconectan del pueblo, el pueblo busca otro camino, y no siempre el mejor.

En suma, la lección está escrita con claridad: la verdadera transformación no se preserva con discursos ni con siglas partidistas, sino con unidad, transparencia y resultados que toquen la vida diaria de quienes más lo necesitan.

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