Hay un punto en que las palabras ya no alcanzan. Un punto donde la rabia se mezcla con impotencia, donde la indignación se vuelve llanto contenido y la desesperación grita en silencio desde los escombros.
Ese punto ha sido superado en Gaza una y otra vez. ¿Cuánto más? ¿Cuánto más puede resistir un pueblo sitiado, hambriento, mutilado, bombardeado sin tregua? ¿Hasta dónde será capaz de llegar el Estado de Israel en esta guerra que ya no es sólo contra Hamás, sino contra la humanidad misma?
Porque seamos claros: esto ya no es defensa, ni estrategia militar, ni operación quirúrgica. Esto es aniquilación sistemática. ¿Cómo se puede justificar que más de 38 mil muertos —la gran mayoría civiles, miles de ellos niños— sean considerados “daños colaterales”? ¿Qué tipo de lógica convierte hospitales, escuelas, campamentos de refugiados y panaderías en objetivos militares? ¿Qué clase de civilización bombardea a los sobrevivientes del primer ataque cuando intentan rescatar cuerpos entre ruinas?
La pregunta no es sólo “¿cuándo va a detenerse Israel?”, sino también “¿por qué nadie lo detiene?”. La comunidad internacional parece haber elegido una ceguera voluntaria. Las potencias que se apresuran a condenar la violencia en otras regiones ahora callan, o se refugian en un discurso tibio de “preocupación”, mientras se siguen enviando armas y fondos al agresor. El Consejo de Seguridad de la ONU apenas balbucea resoluciones que no se cumplen. Y mientras tanto, Gaza sangra, arde y muere.
¿Es tanto el odio de Israel que ni el llanto de los niños, ni las madres con cadáveres en brazos, ni los periodistas asesinados en plena labor, logran frenarlo? ¿Es tanto el desprecio hacia la vida palestina que se considera aceptable exterminar a una población civil entera bajo el argumento de que “se esconden terroristas entre ellos”? No. No hay justificación posible. Ni histórica, ni política, ni religiosa.
Este no es un conflicto entre dos fuerzas equiparables. No es una guerra entre ejércitos. Es una masacre prolongada y legitimada por el silencio cómplice del mundo. Es la demolición de una sociedad entera bajo el peso de una ideología de superioridad, de castigo colectivo, de venganza sin fin.
A los pueblos de conciencia, a los periodistas que aún se atreven a contar lo que ocurre, a los médicos que operan sin luz ni anestesia, a los niños que dibujan misiles en vez de mariposas, sólo les queda resistir. Pero no deberían estar solos.
La humanidad no puede permitirse esta ceguera eterna. Gaza es hoy la herida abierta del mundo. Y cada día que se permite que esta barbarie continúe, nos hacemos más culpables. Más indiferentes. Más inhumanos.
¿Hasta cuándo?