El humanismo mexicano: cómo completar el proyecto sin hipotecar el futuro

Ilustración conceptual de un camino en construcción sostenido por una base sólida, con siluetas humanas avanzando hacia un horizonte iluminado que simboliza un proyecto social en proceso y con visión de futuro.
Un proyecto social con bases firmes avanza mientras se construye. El humanismo mexicano enfrenta hoy el desafío de sostener sus logros sin renunciar a su horizonte ético.

La Cuarta Transformación demostró que reducir la pobreza no es una utopía. El reto de esta nueva etapa es ahora garantizar que los logros sociales no dependan de un endeudamiento creciente.

Durante décadas, en México se instaló una idea que parecía incuestionable: combatir la pobreza de forma directa era económicamente inviable. Además se sostenía  que aumentar los salarios generaría inflación automática. 

El discurso dominante sostenía que primero había que crecer, luego —quizá— repartir. La experiencia reciente desmintió ese supuesto. Los programas sociales de la Cuarta Transformación mostraron que es posible reducir la pobreza, mejorar ingresos y devolver dignidad sin esperar a que el mercado “derrame” beneficios que casi nunca llegan a los de abajo.

Ese logro no es menor. Es histórico. Y conviene decirlo con claridad.

Sin embargo, reconocer un avance no impide plantear una pregunta necesaria: ¿cómo asegurar que estos logros sociales sean sostenibles en el tiempo, más allá del momento político que los hizo posibles?

El humanismo mexicano no está en riesgo por su orientación social

Conviene partir de una premisa clara: el humanismo mexicano no está en riesgo por ayudar a los pobres. Tampoco por haber apostado por programas sociales amplios, universales y directos. 

El humanismo mexicano responde a un principio ético profundamente arraigado en nuestra tradición: poner en el centro a las personas, especialmente a quienes han sido históricamente excluidos.

El verdadero desafío no es moral, sino estructural. Cuando un proyecto social ambicioso se apoya de manera creciente en el endeudamiento público, surge una tensión que no puede ignorarse. No porque la deuda sea, por sí misma, un mal absoluto, sino porque ningún proyecto que aspire a perdurar puede depender indefinidamente de ella.

Pensar esto no es adoptar una mirada neoliberal ni sumarse a la histeria opositora. Es, por el contrario, tomarse en serio el propio proyecto humanista.

Programas sociales: un piso indispensable, no un punto final

Los programas sociales han cumplido una función esencial: reducir la pobreza, estabilizar el ingreso de millones de familias, proteger a adultos mayores, jóvenes y sectores vulnerables. Han sido —y siguen siendo— un piso de dignidad.

Pero un proyecto transformador no puede quedarse únicamente en el piso. Si los programas sociales se convierten en el único mecanismo para sostener el bienestar, el riesgo no es su existencia, sino su fragilidad futura.

Un humanismo sólido no solo protege; también previene. No solo acompaña; también construye capacidades. No solo transfiere recursos; también reduce, con el tiempo, la necesidad de esos apoyos.

Aquí no hay una oposición entre programas sociales y otras políticas. Hay una complementariedad necesaria.

Crecer distinto para distribuir mejor

Además del debate sobre cómo financiar el bienestar, conviene ampliar la mirada hacia el tipo de crecimiento que el país necesita. Un proyecto humanista no puede conformarse con que la economía crezca si ese crecimiento no se traduce en empleo digno, salarios justos y oportunidades reales para la mayoría

Impulsar un crecimiento con desarrollo —capaz de elevar la productividad sin concentrar sus beneficios— permitiría que una parte de la justicia social ocurra desde el propio proceso económico y no solo como corrección posterior

En la medida en que el crecimiento genere ingresos, capacidades y cohesión social, la presión sobre el endeudamiento y sobre los programas sociales tenderá a disminuir, sin que ello implique abandonar el compromiso con quienes más lo necesitan ni renunciar al principio de poner a las personas en el centro.

Productividad social: el complemento que fortalece al proyecto

Completar el humanismo mexicano implica fortalecer aquello que podríamos llamar productividad social: políticas públicas que, sin abandonar la justicia social, disminuyen la dependencia estructural del gasto asistencial.

Esto incluye, por ejemplo:

  • una educación de calidad con acceso universal, que reduzca abandono escolar y exclusión;
  • estrategias integrales contra las adicciones, que eviten costos humanos y financieros futuros;
  • formación técnica y empleo juvenil que generen autonomía;
  • salud preventiva que reduzca gastos médicos de largo plazo;
  • inclusión social que recupere capacidades hoy desperdiciadas.

Nada de esto contradice el espíritu de la Cuarta Transformación. Al contrario: lo profundiza y lo vuelve sostenible.

El endeudamiento debe ser un puente, no un destino

El endeudamiento puede ser un instrumento legítimo en momentos de transición. Puede servir como puente mientras se reorganiza el Estado, se corrigen injusticias y se construyen nuevas prioridades. El problema surge cuando el puente se convierte en camino permanente.

Si los logros sociales dependen cada vez más de deuda pública, el proyecto corre el riesgo de enfrentarse, más adelante, a ajustes forzados que terminen afectando precisamente a quienes se buscó proteger. En otras palabras, sostener los programas sociales con endeudamiento como vía permanente y no temporal, tendrán que tomarse medidas que históricamente siempre terminan pagando los más pobres.

La discusión, entonces, no es si la Cuarta Transformación se equivocó, sino qué ajustes necesita para que sus conquistas no sean reversibles.

El país necesita completar el proyecto, no abandonarlo

Plantear estas preguntas no implica claudicar, ni mucho menos regresar a modelos que ya demostraron su incapacidad para garantizar bienestar a las mayorías. Implica reconocer que la primera etapa del proyecto —demostrar que la pobreza no es inevitable— ya se cumplió.

La segunda etapa es más compleja y menos épica, pero igual de necesaria: convertir el impulso ético en una estructura sostenible, capaz de resistir el paso del tiempo, los ciclos económicos y los cambios políticos.

El humanismo mexicano no fracasa por ayudar a los pobres. Fracasaría sólo si no logra asegurar que esa ayuda sea permanente, justa y financieramente responsable.

Pensar esto no es traicionar el proyecto. Es, precisamente, completarlo.

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