
Por Gerardo Pérez
Mientras Estados Unidos, en un gesto propio de su vieja soberbia imperial, lanza amenazas veladas contra México por ejercer su derecho soberano a reorganizar su espacio aéreo, hay compatriotas que no sólo no se indignan, sino que parecen disfrutar cada vez que una potencia extranjera pretende “disciplinar” al país.
Es una actitud triste, casi patológica: hay mexicanos que desean ver a México tambalear, siempre que ello signifique debilitar a un gobierno que les arrebató los privilegios de antaño.
No es nuevo, pero sí doloroso. La mezquindad de quienes anteponen sus fobias políticas al bienestar del país no debería preocuparnos; sin embargo, duele. Y duele aún más porque sabemos que la Cuarta Transformación, pese a sus aciertos, aún no ha alcanzado su madurez ni su depuración ética.
En sus filas, y especialmente en sus cúpulas, persisten figuras cuyo ADN político está marcado por la corrupción, la ambición desmedida y los intereses personales.
Muchos esperábamos que con el tiempo, los oportunistas se fueran diluyendo; que al notar que este proyecto no era terreno fértil para su ambición, terminaran por marcharse.
Pero no. Al contrario, algunos se han afianzado. Y mientras tanto, los que salimos con el corazón encendido a votar por un cambio verdadero, comenzamos a ver con desilusión cómo algunos rostros del viejo régimen se disfrazan de transformación.
Ahí siguen, impunes y arrogantes: los Monreales, los Adanes, los Bermúdez Requena. Y también, aunque por otras razones, el hijo del presidente, cuyo protagonismo público no se justifica, aunque no esté señalado por corrupción como repite sin pruebas esa derecha cada vez más decadente y mentirosa.
Así están las cosas. Y el ciudadano común, ese que trabaja, que sueña, que cree en un México distinto, se encuentra otra vez ante la encrucijada. ¿Qué nos queda? Votar. Pero no votar con fe ciega ni por siglas, sino con conciencia crítica.
Exigir compromisos reales. Exigir, incluso antes del voto, que quien aspire a gobernar se comprometa públicamente a rendir cuentas, y que no se aferre al poder si traiciona a quienes lo eligieron.
Porque este país ya no necesita más discursos. Necesita vergüenza. Y quien falle, que no salga con excusas ni justificaciones. Que tenga la dignidad de pedir perdón… y de irse.