El paso inevitable de la Cuarta Transformación: el tiempo de definirse

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La Cuarta Transformación vive hoy un momento inevitable, pero necesario. El momento de las definiciones. Durante los años en que Andrés Manuel López Obrador ejerció el poder, muchas de esas definiciones parecían implícitas: nadie necesitaba preguntar si un funcionario podía irse de vacaciones al extranjero, vestir trajes de diseñador o portar relojes de lujo. El presidente lo dejaba claro no sólo con palabras, sino con su ejemplo: vivir en la justa medianía.

No se trataba de adoptar una vida austera por romanticismo ideológico, sino por convicción ética. “No puede haber gobierno rico con pueblo pobre”, decía, y lo demostraba con acciones: rechazó vivir en Los Pinos, no usó el avión presidencial, renunció a las caravanas ostentosas. No viajaba en metro, pero tampoco en jets privados; no usaba zapatos de lujo, pero tampoco marcas de bajo costo para fingir humildad. La idea estaba clara: gobernar sin distanciarse del pueblo.

Y el pueblo respondió. Respondió con apoyo, con credibilidad y con votos. Cada vez que un funcionario se desvió del camino —tomando un helicóptero militar para uso personal o celebrando bodas millonarias—, una mirada del presidente, una frase crítica, una remoción oportuna, bastaban para enderezar el rumbo.

Pero hoy, con López Obrador fuera del cargo, y con una presidenta electa que ha iniciado su gestión con firmeza pero con menor autoridad simbólica, emergen las ambigüedades. Algunos funcionarios vuelven a seducirse por el confort y el privilegio. Se dejan ver en trajes que el mexicano promedio jamás podría pagar, en vuelos y destinos que parecen reservados para las élites de siempre, no para los representantes del pueblo.

No es que la derecha tenga autoridad para señalar. Su crítica está vacía de contenido moral. ¿Con qué cara pueden hablar de congruencia quienes privatizaron todo lo que pudieron, convirtieron la política en botín, crearon cárteles inmobiliarios y viajaban como jeques en aviones privados? Su estridencia solo resuena en sus propios círculos.

Pero los hechos, esos sí llegan al oído del pueblo.

Y el pueblo votó por la cercanía, por la humildad, por un nuevo modo de ejercer el poder. No quiere una izquierda que repita los vicios de la derecha. Quiere funcionarios distintos, que se parezcan a ellos, que los representen con dignidad y sencillez. No se trata de prohibir los viajes ni de uniformar al gabinete, sino de mantener viva la congruencia que dio sentido al movimiento.

Por eso, cuando surge la figura de un hijo de López Obrador sin trayectoria política ni méritos de lucha, la pregunta del pueblo no es si tiene derecho o no a hablar, sino si su presencia suma o resta al legado que dejó su padre. Cuando se ven secretarios de Estado paseando por destinos inalcanzables para la mayoría, la pregunta no es si lo pagan con su dinero, sino si olvidaron lo que significa estar del lado del pueblo.

La presidenta Claudia Sheinbaum ha sido clara: lo que importa es la evaluación del pueblo mexicano. Y esa evaluación no se basa solo en cifras, sino en gestos, en símbolos, en actitudes.

Luisa María Alcalde, exsecretaria de Gobernación, presidenta de Morena y una de las líderes más visibles del movimiento, ha dicho con firmeza que los dirigentes de Morena deben poner el ejemplo. Aunque tengan los recursos para vivir con lujo, no deberían hacerlo. Y tiene razón. Gobernar no es solo administrar; es representar. Y para representar al pueblo, hay que parecerse a él.

Gerardo Fernández Noroña, por su parte, responde con una visión distinta: lo que uno pueda pagar, es correcto. Pero eso es sólo parcialmente cierto. Porque el poder no es una licencia para el privilegio. Y la política no es una empresa individual. En la Cuarta Transformación, el ejemplo no es accesorio: es el corazón mismo del proyecto.

Es tiempo de definirse. La derecha no es opción mientras siga siendo lo que ha sido: un aparato sin propuestas, sin legitimidad, sin vínculo real con el pueblo. Pero la izquierda no puede confiarse en esa comparación. Si pierde la congruencia, si olvida el camino trazado, si cede al lujo disfrazado de normalidad, entonces nos arriesgamos a entregarle el país —otra vez— a lo peor de la política mexicana.

Y eso, el pueblo no lo merece. Ni lo permitirá.

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