El gesto del gobierno español, bajo la presidencia de Pedro Sánchez, de reconocer el sufrimiento de los pueblos originarios durante la Conquista abre una oportunidad inédita: reconciliar la historia sin negarla y construir una relación más justa entre España y América Latina.
Un gesto político con peso moral
La reciente declaración del ministro de Asuntos Exteriores, José Manuel Albares, en el sentido de reconocer el dolor y las injusticias que sufrieron los pueblos originarios de México durante la Conquista y el periodo colonial ha sido calificado por el historiador sevillano Justo Cuño Bonito como “un gesto imprescindible”.
En entrevista con La Jornada, el académico subrayó que este tipo de acciones, aunque lleguen tarde, ayudan a enfrentar la corriente de hispanofilia que busca seguir glorificando el pasado imperial.
El reconocimiento no es un simple acto diplomático. Implica un cambio de narrativa: pasar de la celebración del conquistador al reconocimiento del conquistado. Aunque Cuño admite que el gesto puede tener motivaciones económicas —España es el segundo mayor inversor en México, con alrededor de siete mil empresas establecidas—, subraya que toda reconciliación comienza con un acto de verdad.
De la nostalgia imperial a la conciencia crítica
El historiador denuncia que, durante décadas, España ha alimentado una visión nostálgica de su pasado colonial. Desde la dictadura de Franco hasta buena parte del sistema educativo contemporáneo, la historia se enseñó exaltando la “obra civilizadora” del imperio y minimizando la violencia que la acompañó.
Esa hispanofilia no solo persiste en España: también tiene ecos en América Latina. Cuño advierte que algunas academias del continente replican el mismo discurso conservador que exalta la lengua y la religión como dones civilizatorios, mientras retrata a los pueblos indígenas como incultos o atrasados.
Lo preocupante, dice, es que esa narrativa aún goza de simpatía en sectores políticos, mediáticos y religiosos, especialmente los vinculados a las derechas iberoamericanas.
Una nueva generación frente al espejo del pasado
Aun así, el historiador observa una transformación en curso. Nuevas generaciones de investigadores están construyendo una historia más inclusiva, donde entran en escena los actores invisibles: mujeres, pueblos indígenas, afrodescendientes y clases populares.
No se trata de reescribir la historia desde la revancha, sino de incluir a quienes fueron omitidos.
Esta apertura es, según Cuño, la mejor forma de combatir tanto el resentimiento como la negación. La historia no debe ser un campo de batalla ideológica, sino un territorio de memoria compartida, donde se reconozcan tanto los daños como las aportaciones mutuas entre los dos mundos.
Memoria, política y reconciliación
El gesto del gobierno español puede abrir la puerta a una diplomacia cultural más madura. En lugar de reducir las relaciones entre México y España a intereses económicos o polémicas mediáticas, una política de memoria puede ser la base de una relación más ética y respetuosa.
Aceptar el dolor no significa reabrir heridas, sino comprenderlas. Y en ese reconocimiento recíproco, ambos pueblos pueden descubrir una verdad olvidada: la historia no es propiedad de nadie, sino herencia de todos.
El reconocimiento del dolor, aunque necesario, no agota la justicia histórica. América Latina, y México en particular, vivieron siglos de despojo, violencia y negación cultural que dejaron huellas profundas en su identidad. Admitir el daño es un inicio, pero no basta: la sanación colectiva exige también el reconocimiento moral del agresor, la voluntad de pedir perdón y el compromiso de reparar.
La historia reciente lo demuestra. Alemania no se limitó a reconocer los horrores del Holocausto: pidió perdón, indemnizó a las víctimas y asumió su responsabilidad ante el mundo. Solo así el recuerdo pudo transformarse en memoria sanada. En ese sentido, el reto para España y América Latina no es solo mirar el pasado, sino reconciliarse con él de manera íntegra.
El caso español invita a reflexionar sobre la relación entre historia y poder. Las naciones no se transforman negando su pasado, sino mirándolo de frente. En la medida en que la historia deje de ser un relato de vencedores, podrá ser también un camino de reconciliación y justicia.











