La historia vuelve a repetirse. Estados Unidos, nación que a lo largo de las últimas siete décadas ha intervenido militarmente en decenas de países bajo diversos pretextos, parece encaminarse de nuevo hacia un episodio de proyección bélica en nuestra región.
El reciente despliegue de fuerzas navales frente a Venezuela y el ataque a una embarcación en el Caribe, supuestamente vinculada al Tren de Aragua, reavivan un patrón conocido: la justificación oficial habla de “seguridad nacional” y “combate al crimen organizado”, mientras que las motivaciones profundas parecen responder a otros intereses.
Una tradición belicista disfrazada de defensa
Desde Vietnam hasta Irak, desde Panamá hasta Libia, Estados Unidos ha recurrido una y otra vez al argumento de la “defensa nacional”. Sin embargo, como han mostrado los hechos, rara vez existió un riesgo real para la seguridad de su territorio.
En el caso de Medio Oriente, el 11 de septiembre de 2001 fue la única circunstancia que activó una amenaza directa e inmediata. El resto de intervenciones —Irak en 2003, Libia en 2011, Siria en 2017— se sostuvieron en pruebas débiles o en narrativas infladas que nunca demostraron un peligro existencial para la población estadounidense.
Recursos naturales: el trasfondo silenciado
En paralelo, la historia revela una constante: las zonas intervenidas coinciden con territorios ricos en petróleo, gas, minerales estratégicos o con un valor geoestratégico para el comercio mundial.
Irak en 2003 con sus segundas reservas de petróleo; Libia en 2011 con su crudo africano; Afganistán con sus yacimientos de litio y tierras raras; Panamá con su canal. Hoy, la mirada se posa sobre corredores estratégicos como el Caribe y el mar Rojo, claves para el transporte de mercancías y energéticos.
La narrativa de la amenaza en América Latina
La actual escalada en el Caribe es presentada por Washington como una ofensiva contra carteles de la droga, designados incluso como “organizaciones terroristas extranjeras”.
Este giro retórico no es menor: al catalogar a grupos criminales como terroristas, se abre la puerta legal a la acción militar directa. No obstante, cabe preguntar: ¿en qué momento un cartel venezolano representa un peligro real para la seguridad del territorio estadounidense? ¿No se trata más bien de una nueva excusa para legitimar la intervención y proyectar influencia sobre una región rica en petróleo, biodiversidad y minerales estratégicos?
Percepción ciudadana manipulada
En Estados Unidos, la opinión pública suele oscilar entre el miedo y el desencanto. En momentos de crisis —como tras el 11-S o durante las campañas contra ISIS— el apoyo ciudadano a la acción militar se dispara, influido por el discurso oficial y la cobertura mediática. Pero con el paso de los años, cuando la verdad aflora, la mayoría reconoce que la amenaza fue magnificada y que las intervenciones no trajeron paz ni seguridad, sino caos y desestabilización.
Un riesgo para la región
Hoy, América Latina enfrenta el peligro de convertirse de nuevo en escenario de esa lógica intervencionista. Venezuela denuncia intentos de “cambio de régimen”, mientras otros países observan con preocupación la militarización del Caribe.
México ha descartado la posibilidad de intervención en su territorio, pero el clima regional revela tensiones crecientes. Si la historia enseña algo, es que las guerras de Estados Unidos rara vez se libran en su propio suelo: los costos humanos, sociales y económicos recaen en las naciones intervenidas.
El discurso de la defensa ha sido, durante décadas, la coartada perfecta de Estados Unidos para ocultar intereses económicos, energéticos y geopolíticos.
La pregunta que corresponde hacernos en América Latina es clara: ¿permitiremos que se repita la historia de guerras ajenas peleadas en nuestras tierras, bajo la bandera de una supuesta seguridad de Estados Unidos que nunca ha estado en riesgo?