En medio de una escalada sin precedentes de tensión en Medio Oriente, Irán ha anunciado su intención de cerrar el estratégico Estrecho de Ormuz como represalia por los recientes bombardeos de Estados Unidos contra instalaciones nucleares en su territorio.
El Parlamento iraní ha aprobado la medida como parte de su respuesta oficial, desatando una ola de preocupación mundial por las consecuencias económicas y geopolíticas de un eventual bloqueo.
Por el Estrecho de Ormuz transita aproximadamente el 20 % del petróleo que se consume en el mundo. Su cierre representaría un golpe devastador para los mercados energéticos globales, disparando los precios del crudo y afectando de inmediato la estabilidad financiera internacional.
Analistas del sector estiman que el barril de petróleo podría superar los 130 dólares, con escenarios aún más alarmantes si la crisis se prolonga.
Ante este riesgo, el gobierno de Estados Unidos ha solicitado formalmente a China que intervenga diplomáticamente para disuadir a Irán de ejecutar el cierre.
Marco Rubio, secretario de Estado estadounidense, declaró que la medida sería “un suicidio económico” para Teherán, y advirtió que Estados Unidos “no descarta ninguna opción” para garantizar la libre navegación en esa zona clave para el comercio mundial.
China, que mantiene estrechas relaciones comerciales con Irán y es uno de sus principales compradores de petróleo, ha sido identificada como un actor crucial para evitar una escalada mayor.
La presión sobre Pekín no solo responde a su influencia sobre Teherán, sino también a su interés estratégico en mantener estables los flujos de energía que sustentan su economía.
Rubio aseguró que China “tiene mucho que perder” si el estrecho es bloqueado, e hizo un llamado a que su gobierno utilice todos sus canales diplomáticos para convencer a Irán de no cerrar el paso marítimo.
“La comunidad internacional no puede permitir que se utilice el petróleo como arma de presión geopolítica”, afirmó el funcionario estadounidense.