La marcha del 15 de noviembre: del hartazgo a la narrativa opositora

Ciudad de México, 15 de noviembre de 2025.

La marcha convocada bajo la etiqueta “Generación Z México”, acompañada por grupos identificados con el llamado Movimiento del Sombrero, prometía una irrupción juvenil sin precedentes. 

En redes sociales se hablaba de una movilización que colocaría en el centro del debate a una generación cansada de la violencia y la impunidad. Pero conforme avanzaron las horas y comenzaron a llegar las primeras imágenes desde el Ángel de la Independencia, la expectativa empezó a transformarse: no parecía una movilización juvenil en sentido estricto, sino un mosaico heterogéneo de personas que, si bien compartían un malestar real, no encajaban con la narrativa convocante.

Desde media mañana, los contingentes avanzaron por Paseo de la Reforma con consignas que combinaban el hartazgo ciudadano con una gama reconocible de discursos opositores. 

Había pancartas sobre seguridad, justicia y víctimas de la violencia, pero también llamados a la revocación de mandato, cuestionamientos al gobierno federal y frases que se repiten desde hace meses en los espacios políticos contrarios a la Cuarta Transformación. 

La indignación era palpable, pero la identidad generacional que supuestamente daba origen a la marcha no se reflejaba en el perfil mayoritario de quienes acudieron. La presencia juvenil existía, pero no era dominante.

En días previos, algunos actores opositores habían proyectado sobre esta convocatoria la esperanza de una movilización multitudinaria, quizá incluso equiparable a la llamada marea rosa. Sin embargo, lo que ocurrió esta mañana no alcanzó esa magnitud. 

La asistencia fue significativa, pero no desbordada; visible, pero no definitoria. Tampoco apareció una figura articuladora o un liderazgo claro que diera coherencia al conjunto. 

La marcha avanzó más como una suma de malestares legítimos que como un movimiento estructurado con propuesta de país. El pliego petitorio de doce puntos difundido en redes apenas se mencionó entre los asistentes, lo que confirmó que la marcha se sostenía más en la emoción del momento que en un programa claro.

La llegada al Zócalo marcó el punto más delicado de la jornada. La plancha estaba custodiada por vallas metálicas colocadas desde temprano por el gobierno capitalino. Al principio predominaron las consignas y los gritos, pero el ambiente cambió en cuanto un pequeño grupo identificado como “bloque negro” comenzó a derrumbar las vallas frente a Palacio Nacional. 

La intervención policial fue inmediata. Hubo empujones, forcejeos y algunos golpes, además de personas lesionadas, tanto policías como manifestantes. Las transmisiones en vivo mostraron que el enfrentamiento se concentró exclusivamente en ese grupo y no involucró a quienes se mantenían en protesta pacífica.

A pesar de ello, en cuestión de minutos comenzaron a circular en redes acusaciones de represión, sobre todo las emitidas por el Grupo Salinas, propietario de TV Azteca. Sin embargo, lo observado no permite sostener esa afirmación de manera responsable: no se dispersó la marcha, no se cargó contra el grueso de los asistentes ni se trasladó la tensión más allá del perímetro donde ocurrió la remoción de las vallas. La intervención se limitó a contener a quienes intentaron avanzar hacia una de las fachadas históricas más resguardadas del país.

Este episodio evidenció una tensión que ha acompañado todas las grandes movilizaciones de los últimos años: la delgada línea entre garantizar el derecho a la protesta y evitar que grupos más radicales transformen una demanda legítima en un escenario de confrontación. En este caso, la actuación de la autoridad se mantuvo en el marco de contención puntual y no escaló a una confrontación generalizada.

Al cierre de la jornada, quedó claro que la marcha reflejó un malestar real, pero no necesariamente un despertar generacional ni un quiebre político. Tampoco fue la demostración masiva que algunos sectores esperaban para construir un relato de “país en llamas”. 

La protesta reunió a personas cansadas de la violencia, sí, pero también canalizó discursos opositores ya conocidos, sin un liderazgo visible ni una articulación propia que permita afirmar que estamos ante el nacimiento de un nuevo movimiento nacional.

Las emociones expresadas en el Zócalo forman parte de un clima social donde la inseguridad pesa, donde la indignación se acumula y donde la ciudadanía busca espacios para hacerse escuchar. 

La marcha del 15 de noviembre no terminó de convertirse en un referente generacional ni en un punto de inflexión político. Fue, más bien, una fotografía compleja: una protesta importante, legítima y diversa, que mostró tanto la fuerza del hartazgo como los límites de un movimiento que, por ahora, no encuentra una voz propia capaz de trascender la coyuntura.

DEJA UNA RESPUESTA

Please enter your comment!
Please enter your name here