La ópera en México: tradición viva y expresiones renovadas

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En México, la ópera no es un género ajeno ni elitista, aunque durante muchos años se le haya percibido así. Con raíces que se remontan al periodo virreinal y un desarrollo notable en el siglo XIX, la ópera mexicana ha sabido sostenerse a lo largo del tiempo como una forma artística compleja, apasionada y profundamente humana. Hoy, lejos de ser una reliquia cultural, vive una etapa de renovación, creatividad y búsqueda de nuevos públicos.

De los grandes teatros al corazón popular

La historia de la ópera en México comienza con la influencia europea traída por los colonizadores, pero adquiere identidad propia en el siglo XIX, cuando los teatros más importantes del país —como el Teatro Nacional y más tarde el Palacio de Bellas Artes— se convirtieron en escenarios de grandes producciones. Compositores como Melesio Morales, con su ópera “Ildegonda” (1866), marcaron el inicio de una ópera con sello mexicano.

A lo largo del siglo XX, la ópera se mantuvo viva gracias a figuras como el tenor Francisco Araiza, la soprano Gilda Cruz-Romo y más recientemente Rolando Villazón, quien ha llevado el nombre de México a los escenarios más exigentes del mundo. La soprano María Katzarava, ganadora del concurso Operalia fundado por Plácido Domingo, es otra de las voces que siguen proyectando a México internacionalmente.

Una escena en transformación

Hoy, la ópera en México se encuentra en una etapa interesante de evolución. Si bien el Palacio de Bellas Artes sigue siendo el epicentro de las grandes producciones, cada vez más espacios independientes, como el Teatro de la Ciudad Esperanza Iris, el Centro Nacional de las Artes, y hasta foros alternativos en Guadalajara, Monterrey, Puebla o Tijuana, han abierto sus puertas a nuevas formas de ópera.

Surgen también compañías jóvenes como Escenia Ensamble, Ópera de Cámara de Bellas Artes, y colectivos independientes que buscan reinterpretar los clásicos con escenografías contemporáneas, puestas minimalistas o adaptaciones que acercan las historias al contexto mexicano actual. El fenómeno del “popera” (mezcla de ópera y pop) y la inclusión de medios digitales han hecho que nuevos públicos —particularmente jóvenes— se acerquen al género con interés y curiosidad.

¿Qué se interpreta?

Las grandes óperas de repertorio como La Traviata, Carmen, Don Giovanni o Madama Butterfly siguen siendo las más representadas en México. Sin embargo, se ha dado un esfuerzo por incluir obras de compositores mexicanos como Daniel Catán, cuya ópera Florencia en el Amazonas ha tenido un gran éxito tanto dentro como fuera del país. Su música, rica en lirismo y sensibilidad latinoamericana, representa un puente entre la tradición europea y la identidad latinoamericana.

También se han montado óperas contemporáneas con temáticas nacionales, como Anacleto Morones de Víctor Rasgado, basada en el cuento de Juan Rulfo, o La Güera Rodríguez de Carlos Jiménez Mabarak. Estos títulos no solo abordan historias mexicanas, sino que lo hacen con una estética musical que combina lo clásico con lo moderno, y lo nacional con lo universal.

¿Quién la escucha?

Aunque la ópera en México no tiene el mismo alcance que el cine o la música popular, sí cuenta con un público fiel y diverso. Hay adultos mayores que siguen con devoción las temporadas de Bellas Artes, pero también jóvenes atraídos por las versiones digitalizadas, las puestas modernas o incluso las transmisiones en vivo de la Metropolitan Opera de Nueva York, que llegan a salas de cine mexicanas.

Además, en los últimos años han surgido programas de formación para públicos, funciones escolares y proyectos comunitarios que buscan democratizar el acceso a este arte. Algunos estados, como Jalisco, Veracruz y Baja California, promueven festivales y talleres que acercan la ópera a públicos rurales o urbanos que nunca habían tenido esa experiencia.

Entre la tradición y el porvenir

La ópera mexicana está lejos de ser un arte en extinción. Más bien, vive un momento de búsqueda: de nuevas voces, nuevas historias y nuevas formas de conectar. Si en el pasado fue símbolo de sofisticación europea, hoy puede ser también reflejo de las pasiones, contradicciones y sueños del México contemporáneo.

Como expresión artística integral que combina música, teatro, escenografía, literatura y emoción humana, la ópera tiene mucho que decirnos todavía. Y en México, ese mensaje sigue siendo cantado con fuerza, belleza y, cada vez más, con identidad propia.

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