La Pensión para el Bienestar de las Personas Adultas Mayores se ha convertido en uno de los programas sociales de mayor alcance en la historia reciente. Más allá del debate político, sus efectos en la reducción de la pobreza, la autonomía personal y la cohesión familiar son ya visibles.
Un ingreso que cambió la ecuación de la vejez
Durante décadas, la vejez en México fue sinónimo de precariedad. La mayoría de los adultos mayores —sobre todo quienes trabajaron en la informalidad— llegaban a esa etapa sin ahorros ni seguridad social. La Pensión para el Bienestar rompió con ese destino, otorgando un ingreso fijo, bimestral y garantizado por el Estado a toda persona mayor de 65 años.
El programa no distingue condición laboral, nivel educativo o residencia. En ese sentido, su vocación es universal: un derecho adquirido por la edad, no una dádiva ni una ayuda condicionada. Aunque en la práctica aún existen rezagos de registro por motivos logísticos —zonas rurales apartadas, falta de documentos, prejuicios ideológicos opositores o desinformación—, el objetivo es claro: que ningún adulto mayor en México quede sin un ingreso base.
Reducción de la pobreza y fortalecimiento de la autonomía
De acuerdo datos oficiales sobre pobreza y evaluación de políticas sociales que provienen del INEGI, que ha asumido las funciones anteriormente desempeñadas por el CONEVAL, la pobreza entre adultos mayores disminuyó de 43 % en 2018 a poco más del 31 % en 2022, y la pobreza extrema se redujo casi a la mitad. Aunque varios factores influyen, la expansión de la pensión Bienestar ha sido decisiva.
Este ingreso, que hoy ronda los 6,200 pesos bimestrales, permite cubrir necesidades básicas —alimentos, transporte, ropa— y evita que millones de personas caigan en la indigencia. Pero el impacto no es solo económico:
- Devuelve al adulto mayor capacidad de decisión, lo que refuerza su autoestima.
- Reduce su dependencia total de hijos o familiares.
- Le permite participar en la vida social, religiosa o comunitaria, fortaleciendo los lazos de convivencia.
En términos de bienestar subjetivo, la pensión ha devuelto dignidad y seguridad emocional a una población históricamente desprotegida.
El nuevo papel del abuelo en la familia mexicana
Uno de los efectos más interesantes —y menos estudiados— es el cambio simbólico dentro del hogar. El adulto mayor dejó de ser visto solo como una carga económica para convertirse, en muchos casos, en aportante al gasto familiar.
Con un ingreso propio, puede apoyar en pequeñas compras, contribuir al pago de servicios o ayudar a un nieto con sus estudios. Esa posibilidad modifica la dinámica familiar:
- Se refuerza el respeto hacia el abuelo o la abuela como figura activa.
- Se revalora su presencia en la mesa y en las decisiones cotidianas.
- Disminuye la sensación de inutilidad que a menudo acompaña la jubilación o el desempleo en la vejez.
La pensión Bienestar no solo inyecta recursos: restituye el lugar simbólico del adulto mayor en la familia mexicana.
Beneficios que se extienden al tejido social
El impacto de la pensión también se percibe en la economía local. En comunidades rurales, pueblos y colonias populares, los días de pago se traducen en mayor movimiento en los mercados, tienditas y servicios, fortaleciendo la economía comunitaria.
Además, al reducir la ansiedad económica de los mayores, contribuye indirectamente a la estabilidad social: menos abandono, menos mendicidad, menos dependencia forzada. La vejez comienza a verse no como carga, sino como una etapa que merece respeto y protección.
Los desafíos de un derecho que llegó para quedarse
Ningún programa público está libre de desafíos. La Pensión Bienestar demanda una gestión fiscal responsable: su costo supera ya el 1 % del PIB y seguirá creciendo con el envejecimiento poblacional. La clave estará en mantener finanzas sanas, ampliar la base tributaria y garantizar que el apoyo no se deteriore en valor real.
También deben atenderse casos de violencia económica o abuso familiar, en que algunos parientes controlan indebidamente el dinero del adulto mayor. No son la regla, pero sí un riesgo que exige acompañamiento institucional, educación financiera y mecanismos de denuncia.
Y finalmente, el Estado tiene una deuda pendiente con quienes no pueden registrarse: las personas mayores en situación de calle, que carecen de documentos o domicilio. Ellos representan el límite práctico de la universalidad que el programa persigue.
Una conquista social sin precedentes
Más allá de banderas partidistas, la Pensión Bienestar ha transformado la experiencia de envejecer en México. Ha reducido la pobreza, ha devuelto autonomía, ha mejorado la autoestima y ha reconfigurado el rol del adulto mayor dentro de su familia.
No es perfecta, pero es una conquista civilizatoria: la expresión de una sociedad que, por fin, decidió no abandonar a sus mayores.











