A diario, caminamos por banquetas atestadas de envoltorios, botellas, colillas, bolsas, restos de comida y desechos de todo tipo. A veces los esquivamos con resignación, otras simplemente los ignoramos. Pero lo cierto es que la basura en la calle no llega sola: la ponemos nosotros. Y es momento de dejar de normalizarlo.
Tirar basura en la vía pública es un acto que, aunque parezca pequeño, tiene consecuencias enormes para todos. Desde obstrucciones en coladeras y drenajes —que se traducen en inundaciones durante las lluvias— hasta la proliferación de plagas, contaminación visual y daño a ecosistemas urbanos como ríos, barrancas y parques, lo que tiramos sin pensar siempre vuelve… pero multiplicado.
No es sólo cuestión de estética
La basura callejera no es sólo un problema de “cómo se ve la ciudad”. Es un asunto de salud pública, de seguridad vial, de riesgo ambiental y también de convivencia. Vivir entre desperdicios genera una sensación de abandono, de que nada importa, de que no hay comunidad ni responsabilidad compartida. Y eso deteriora el tejido social.
En los primeros cinco minutos, tirar una botella por la ventana puede parecer insignificante. Pero en cinco horas, esa botella puede estar bloqueando una coladera. En cinco días, puede estar flotando en un río. En cinco semanas, puede ser parte de una montaña de desechos que arrastran la lluvia y la indiferencia.
La calle no es un basurero
Hay quienes argumentan que “no hay suficientes botes” o que “de todos modos ya está sucio”. Pero tirar basura no es una respuesta lógica a la falta de infraestructura o al mal ejemplo. Es, en todo caso, una renuncia a nuestro poder como ciudadanos de cuidar lo común.
Lo que hacemos con nuestra basura dice mucho de quiénes somos como sociedad. Guardarla hasta encontrar dónde tirarla, reducir el uso de plásticos, separar y reciclar lo más posible son decisiones pequeñas con impacto gigante. Y lo mejor: están en nuestras manos.
Educar con el ejemplo
Este mensaje no es sólo para adultos. Enseñar a niños y adolescentes a no tirar basura es educarlos en el respeto por el entorno, en la empatía con los demás, en el compromiso con su ciudad y su futuro. Cada acto de cuidado es una semilla de conciencia.
¿Qué ciudad queremos?
Imaginemos por un momento una ciudad limpia, donde los parques estén libres de residuos, donde las calles no se inunden porque los drenajes están despejados, donde caminar no sea esquivar basura sino disfrutar del espacio público. Esa ciudad no es un sueño lejano: empieza con el simple acto de no tirar basura y animar a otros a hacer lo mismo.
Hacerlo bien cuesta poco. No hacerlo nos cuesta mucho a todos.