La versión de que la izquierda está “en caída libre” no aparece ni en las cifras ni en la calle

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Concentración masiva de personas en el Zócalo de la Ciudad de México durante un acto político, vista panorámica de la plaza llena.
La capacidad de movilización social sigue siendo uno de los indicadores clave del momento político.

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Las encuestas, la movilización social de simpatizantes de Claudia Sheinbaum y el desempeño político reciente no confirman el relato derechista del colapso del gobierno, pero insiste en instalarse en la conciencia social.

Desde hace semanas —e incluso meses— comentaristas políticos de derecha insistieron en una misma narrativa: la izquierda mexicana estaría entrando en una fase de debilitamiento acelerado, con una presidenta cuya popularidad se desmorona y un movimiento que habría perdido capacidad de convocatoria y base social.

Sin embargo, cuando se observan los hechos recientes en conjunto, esa narrativa comienza a desmoronarse.

Encuestas: la alta aprobación no habla de euforia, pero sí de estabilidad

La más reciente encuesta de la casa Enkoll, publicada a inicios de diciembre, coloca la aprobación de la presidenta Claudia Sheinbaum por encima del 70 %. Esa cifra, por sí sola, no habla de la capacidad de movilización para una marcha ni de unanimidad en la preferencia política social, pero sí descarta un escenario de “caída libre”.

En contextos de desgaste real, las curvas de aprobación no se suelen estancar: caen de manera sostenida y visible, pero aquí no estamos frente a eso, sino por el contrario, lo que muestran las encuestas es un nivel de respaldo amplio y relativamente estable, muy lejos del colapso político que algunos analistas anuncian con insistencia.

¿Esto quiere decir que los analistas de derecha mienten? Sí, pero no son mentiras simples, son más bien estrategias políticas que consisten en construir narrativas falsas con el fin de crear la percepción de qué la izquierda está en caída libre. 

La calle: músculo político

La concentración realizada en el Zócalo capitalino este sábado 6 de diciembre para conmemorar los siete años de la Cuarta Transformación añade otro elemento relevante al análisis: la capacidad de movilización.

Más allá de debates sobre cifras exactas —si fueron 500 mil o 600 mil personas asistentes—, el punto central es el orden de magnitud. No estamos hablando de decenas de miles, sino de cientos de miles de asistentes en un acto masivo, pacífico y organizado.

Lo significativo es que esta movilización ocurrió sin una campaña mediática desbordada ni una narrativa épica construida con semanas de anticipación. No fue una reacción emocional inmediata, sino una demostración de que la base social del movimiento sigue siendo capaz de activarse cuando se le convoca. Eso, en política, es músculo, no espectáculo.

El contraste con otras movilizaciones

El contraste de la concentración del día de hoy, con las marchas recientes promovidas desde la derecha es inevitable, no para minimizar unas ni magnificar otras, sino para señalar los criterios de evaluación. Movilizaciones de menor escala fueron presentadas como síntomas de un cambio histórico, mientras que una concentración claramente mucho más numerosa se intenta reducir en el relato derechista.

Entonces la inconsistencia no está en los números, sino en el relato que de las marchas se hace.

Gobernar también es imagen y manejo político

A este cuadro interno se suma un elemento que suele ignorarse en análisis apresurados: el desempeño en el plano internacional. La reciente participación de la presidenta en el sorteo del Mundial y la reunión trilateral correspondiente no generó crisis diplomáticas ni señales de aislamiento. Por el contrario, el balance en términos de imagen y manejo de la relación fue, cuando menos, correcto y estable.

Esto importa porque las narrativas de debilitamiento suelen apoyarse en la idea de un liderazgo en repliegue, tanto dentro como fuera del país. Esa imagen tampoco encuentra sustento claro en los hechos recientes.

Narrativa versus realidad

Nada de lo anterior implica afirmar que no existan desafíos, críticas legítimas o desgaste natural del ejercicio del poder. Gobernar siempre erosiona. Pero una cosa es desgaste y otra, muy distinta, es colapso.

Cuando encuestas, calle y desempeño político apuntan en la misma dirección, conviene preguntarse si la insistencia en que hay una izquierda “agonizante” es un diagnóstico sustentado en datos reales o, más bien, una estrategia discursiva que todavía no encuentra respaldo en la realidad.

La política no se analiza solo con deseos. También exige mirar los datos y los hechos, incluso cuando incomodan al relato propio.

La derecha avanzaría mucho más si es honesta, si reconoce sus limitaciones y comienza a caminar cerca de los intereses reales de la sociedad. Usar la mentira y crear campañas de desprestigio no hacen sino distanciarla más de un posible triunfo electoral. 

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