México enfrenta estos días una de sus crisis más severas por inundaciones y deslaves. Lo que comenzó como chubascos persistentes se transformó, gracias al influjo de los remanentes de las tormentas tropicales Priscilla y Raymond, en una tormenta implacable. Ríos y arroyos rebasaron sus cauces, laderas cedieron y viviendas quedaron sumergidas bajo el agua y el lodo.
Las cifras son estremecedoras: al menos 47 personas han desaparecido como víctimas directas del temporal, y decenas más permanecen como desaparecidas.
Veracruz, Hidalgo y Puebla han sido los estados más castigados: en Veracruz fallecieron 18 personas, en Hidalgo 16 y en Puebla otras 12. Incluso en Querétaro se reporta la muerte de un menor tras un deslave.
En Poza Rica, Veracruz, dicen los habitantes, “el agua vino de la nada”. Las imágenes difundidas por medios muestran calles convertidas en ríos violentos, autos arrastrados, casas ahogadas. En algunos tramos, el nivel del agua alcanzó más de 4 metros. Muchas comunidades quedaron incomunicadas: rutas bloqueadas, puentes colapsados y zonas montañosas sin acceso terrestre.
El gobierno federal y los estados han puesto en marcha una respuesta de emergencia. El Comité Nacional de Emergencias permanece en sesión permanente.
Se están organizando censos para identificar a los damnificados, decretando rutas de ayuda, habilitando albergues y desplegando elementos militares para tareas de rescate y auxilio.
La presidenta Claudia Sheinbaum ha recorrido zonas afectadas, coordinándose con gobernadores para asegurar atención prioritaria donde más se necesita.
Pero el desafío no es sólo de infraestructura y logística. Cada comunidad golpeada por las lluvias representa historias de despojo: familias que lo perdieron todo, personas que intentan cruzar calles inundadas cargando niños o pertenencias, corazones que esperan noticias de seres desaparecidos.
Las próximas jornadas podrían traer más lluvias, y con ellas, el riesgo aumentado de nuevos deslaves o crecidas repentinas.
La tragedia que hoy afecta a México no puede leerse solo en números. Tras cada cifra hay rostros, memorias, pérdidas irreparables. La reconstrucción va más allá de pisos y muros, implicará reparar esperanzas y reconstruir la dignidad de quienes hoy viven al borde del agua.