Las raíces del descontento en África: cleptocracia, corrupción y desigualdad 

0
102

La juventud africana hereda un continente saqueado por sus élites, limitado por la herencia colonial y atrapado en un sistema político que premia la lealtad antes que el mérito. Pero de esa herida está surgiendo una nueva conciencia de dignidad y cambio.

Un continente joven en manos viejas

África es el continente más joven del planeta: más del 60 % de su población tiene menos de treinta años. Sin embargo, los países que conforman ese vasto mosaico humano siguen gobernados, en su mayoría, por estructuras políticas envejecidas, dominadas por élites que se han perpetuado en el poder durante décadas.

Esta contradicción —una juventud impaciente frente a un poder anquilosado— constituye la raíz profunda de las tensiones sociales que hoy recorren el continente. Lo que parece una explosión de inconformidad juvenil no surge de la nada: es el fruto de una historia larga de promesas incumplidas, corrupción institucional y dependencia exterior.

El Estado como botín

En buena parte de África, la política se ha convertido en sinónimo de botín.

La cleptocracia —etimológicamente el gobierno de los ladrones— no es un fenómeno marginal, sino un sistema arraigado. 

Las estructuras de poder funcionan como redes clientelares que distribuyen privilegios a cambio de lealtad, mientras desvían recursos públicos hacia intereses personales o familiares.

De Nigeria a Gabón, de la República Democrática del Congo a Guinea Ecuatorial, los informes de Transparencia Internacional repiten el mismo diagnóstico: corrupción endémica, opacidad presupuestaria, impunidad judicial. 

En muchos países, el acceso a sus ricos recursos naturales —petróleo, oro, diamantes, coltán— se encuentra monopolizado por círculos cercanos al poder político, alimentando una élite que vive desconectada de la realidad social que la rodea.

Para millones de africanos, la independencia lograda en el siglo XX no trajo la emancipación esperada: el colonizador se fue, pero el despojo continuó.

La herencia que no se rompe

A esa corrupción interna se suma un peso histórico que sigue sin romperse: la herencia colonial y el neocolonialismo económico.

Francia, en particular, conserva una influencia profunda sobre gran parte del África occidental y central a través de mecanismos financieros y militares. El franco CFA —vinculado al Tesoro francés— sigue limitando la soberanía monetaria de catorce países. A esto se suman bases militares, empresas extractivas y acuerdos diplomáticos que garantizan la continuidad de los intereses europeos.

Esa influencia, revestida de cooperación o ayuda al desarrollo, perpetúa una dependencia estructural. Los países africanos exportan materias primas baratas e importan productos elaborados caros. Sus economías, así, permanecen atadas a los centros de poder global, sin posibilidad real de diversificación.

En palabras de un joven senegalés entrevistado por Le Monde Afrique: “Nos dicen que somos independientes, pero seguimos obedeciendo órdenes que no vienen de Dakar.”

Desigualdad y fractura social

La cleptocracia y la dependencia han profundizado una brecha social abismal. Mientras una minoría acumula fortunas obscenas, la mayoría de la población vive sin acceso a servicios básicos.

Más de 400 millones de africanos viven hoy con menos de dos dólares diarios. En países como Kenya o Nigeria, la tasa de desempleo juvenil supera el 30 %. En zonas rurales de Etiopía, Tanzania o Mozambique, la falta de agua potable o de escuelas dignas se vuelve cotidiana.

Las mujeres son las más afectadas por esta desigualdad: trabajan en la economía informal, sin derechos laborales, y cargan con el peso de sostener familias enteras en condiciones precarias. 

La movilidad social, en consecuencia, es casi inexistente. Nacer pobre equivale a morir pobre. Sin embargo, en medio de esta realidad sombría, crece algo nuevo: una conciencia generacional que ya no acepta el silencio.

La generación que ya no calla

En los últimos años, los jóvenes africanos han empezado a levantar la voz con una fuerza inédita. Son la generación más conectada de la historia del continente: viven en los barrios populares, pero están en las redes; no tienen empleo formal, pero sí acceso a la información; no controlan los partidos, pero sí los discursos.

A través de plataformas digitales, canales de YouTube o movimientos locales, denuncian la corrupción, exigen servicios públicos y reclaman un futuro que les pertenece.

En ellos germina la semilla de un cambio que todavía no tiene forma, pero que ya tiene voz. De Madagascar a Marruecos, de Uganda a Camerún, las protestas recientes son el eco de un mismo hartazgo: el de una generación que ya no quiere esperar.

El continente más joven, gobernado por los fantasmas más viejos

África se encuentra ante un punto de inflexión. El continente más joven del mundo sigue gobernado por los fantasmas más viejos: la corrupción, la dependencia y la desigualdad. Pero en el corazón de esa contradicción late la posibilidad de un renacimiento.

La indignación de hoy puede ser el preludio de una transformación histórica, si logra traducirse en conciencia colectiva y organización social.

En las calles de Nairobi, Antananarivo o Rabat se escucha un mensaje que atraviesa fronteras: “El destino de África debe decidirlo África”.

DEJA UNA RESPUESTA

Please enter your comment!
Please enter your name here