
Puede interesarte leer: Gaza supera los 70 mil muertos: una guerra que erosiona a toda una sociedad.
Hablar de Líbano es hablar de un país que vive entre un precario cese al fuego y la guerra latente. Desde finales de 2024, la frontera sur permanece bajo una débil tregua entre Israel y Hezbolá. Se trata de una paz frágil apenas sostenida por el temor a una escalada regional.
Para entender por qué Líbano se encuentra en esta situación —y por qué el conflicto puede reactivarse en cualquier momento— es necesario observar el entramado histórico, político y regional que lo rodea.
Líbano no es solo un Estado en crisis: es un espacio donde confluyen disputas locales, rivalidades regionales y estrategias globales.
Un país débil desde su estructura
El Líbano moderno nace con una fragilidad estructural. Su sistema político está basado en el reparto del poder entre cristianos maronitas, musulmanes suníes y musulmanes chiíes. Esta distribución del poder originalmente buscaba garantizar equilibrio interno, pero con el paso de las décadas derivó en parálisis, clientelismo y ausencia de un Estado fuerte.
La guerra civil libanesa (1975–1990) dejó tres heridas abiertas: un Estado incapaz de acaparar la fuerza, una sociedad profundamente fragmentada y la normalización de actores armados no estatales como parte de la vida política. Desde entonces, Líbano nunca logró consolidarse como un Estado plenamente soberano en términos militares.
La frontera sur: cómo entró Israel en la historia libanesa
La presencia de Israel en la historia reciente de Líbano tiene raíces directas en el conflicto árabe-israelí y en los desplazamientos regionales que siguieron a la creación del Estado de Israel en 1948.
Tras la guerra árabe-israelí de ese año, decenas de miles de palestinos se refugiaron en Líbano. Con el paso del tiempo, especialmente a partir de los años setenta, organizaciones armadas palestinas utilizaron el sur de Líbano como base para lanzar ataques contra Israel. Estos hechos convirtieron a esa franja fronteriza en un espacio de confrontación directa.
En 1978 y de forma más amplia en 1982, Israel invadió el sur de Líbano con el objetivo declarado de neutralizar a las milicias palestinas. La invasión de 1982 derivó en una ocupación prolongada del sur libanés y dejó al país profundamente marcado, tanto por la violencia militar como por su interferencia en la ya frágil guerra civil libanesa.
Esta ocupación israelí se extendió hasta el año 2000. Durante ese periodo, amplias zonas del sur quedaron fuera del control efectivo del Estado libanés, generando el caldo de cultivo para el surgimiento de nuevas fuerzas armadas locales.
Hezbolá: de milicia de resistencia a actor central
Es en ese contexto donde surge Hezbolá, a principios de los años ochenta, como un movimiento chií de resistencia frente a la ocupación israelí del sur de Líbano. Con el respaldo de Irán y, en menor medida, de Siria, Hezbolá se consolidó inicialmente como una milicia cuya legitimidad se apoyaba en la lucha contra una presencia militar extranjera.
Tras la retirada israelí en el año 2000 —considerada por Hezbolá una victoria— el movimiento no se desarmó. Argumentó que la amenaza israelí persistía, que existían territorios libaneses aún ocupados o en disputa, y que el Estado libanés carecía de capacidad para proteger el sur del país.
A partir de entonces, Hezbolá experimentó una transformación profunda:
- Se fortaleció militarmente, convirtiéndose en la principal fuerza armada del país.
- Ingresó de manera formal a la política libanesa, con representación en el Parlamento y peso decisivo en la formación de gobiernos.
- Amplió su red social en comunidades chiíes, supliendo carencias del Estado en salud, educación y asistencia social.
Esta evolución convirtió a Hezbolá en un actor híbrido: al mismo tiempo partido político, proveedor social y fuerza militar, con una agenda libanesa pero también con un papel central dentro de la estrategia regional de Irán frente a Israel.
Israel: seguridad, disuasión y múltiples frentes
Para Israel, la frontera norte con Líbano representa una amenaza estratégica permanente. Hezbolá cuenta con miles de cohetes y misiles capaces de alcanzar ciudades israelíes, lo que convierte cualquier confrontación en un escenario de alto costo.
En los últimos años, Israel ha optado por una doctrina de presión constante de ataques selectivos, violaciones del espacio aéreo y operaciones preventivas justificadas como defensa anticipada.
El problema actual es que Israel mantiene demasiados frentes abiertos: Gaza, Cisjordania, Siria y Líbano. Esto aumenta el riesgo de cálculo erróneo y de escaladas simultáneas, algo que tanto sus aliados como sus adversarios reconocen como un peligro regional mayor.
Para el gobierno israelí, desarmar o neutralizar a Hezbolá es un objetivo estratégico, pero hacerlo implica una guerra de gran escala que podría arrastrar a otros actores.
Irán: influencia indirecta y disuasión regional
Irán no actúa directamente en territorio libanés, pero su influencia es decisiva. A través de Hezbolá, Teherán proyecta poder frente a Israel, mantiene una capacidad de disuasión indirecta y utiliza a Líbano como pieza clave en su estrategia regional.
Para Irán, Hezbolá es un activo estratégico, no una ficha desechable. Cualquier guerra que destruya por completo a la milicia chií también debilitaría su posición regional. Por ello, Teherán respalda una tensión controlada más que un conflicto total.
Estados Unidos: mediador y parte interesada
Estados Unidos aparece formalmente como mediador del cese al fuego, pero su papel no es neutral. En realidad Estados Unidos garantiza la superioridad militar de Israel, presiona al Estado libanés para limitar a Hezbolá y busca contener la expansión iraní en la región.
Este intervencionismo, constante desde hace décadas en Oriente Medio, ha contribuido a estabilizaciones temporales, pero también a conflictos prolongados. En el caso libanés, EE. UU. impulsa un equilibrio inestable: suficiente calma para evitar una guerra regional, pero sin resolver las causas profundas del conflicto.
La ONU y el límite de la “paz internacional”
La Fuerza Interina de Naciones Unidas en el Líbano (UNIFIL) tiene el mandato de supervisar el alto el fuego y acompañar al ejército libanés en el sur. Sin embargo carece de autorización para imponer decisiones, opera con recursos reducidos y se encuentra atrapada entre dos fuerzas superiores.
UNIFIL simboliza el límite del multilateralismo: puede observar, documentar y mediar, pero no transformar una realidad política donde los actores armados deciden el ritmo del conflicto.
La población civil: rehén permanente
Mientras los actores regionales calculan costos y beneficios, la población civil libanesa vive entre la reconstrucción incompleta y el miedo constante. Miles de personas desplazadas no han podido regresar a sus hogares; pueblos enteros siguen dañados; la economía permanece asfixiada.
Para los libaneses, la guerra no es un evento excepcional, sino un riesgo permanente.
¿Hacia dónde se dirige Líbano?
El escenario más probable no es ni la paz ni la guerra total, sino una prolongación de la tensión controlada con cuatro circunstancias: cese al fuego violado intermitentemente, amenazas constantes, Un Estado debilitado y actores regionales evitando cruzar el umbral del conflicto total.
Líbano seguirá siendo, al menos por ahora, un espacio de contención entre potencias, más que un país con capacidad plena de definir su propio destino.
Un país en pausa, una región en tensión
Lo que sucede hoy en Líbano no puede entenderse como un conflicto aislado. Es el producto de décadas de fragilidad interna, intervencionismo externo y rivalidades regionales no resueltas. Mientras ninguna de estas capas se transforme, el país seguirá suspendido entre la tregua y la guerra.
Líbano no vive la paz. Vive esperando la próxima crisis.











