En los últimos años, una narrativa ha circulado insistentemente en ciertos medios de comunicación: que la libertad de expresión está bajo amenaza en México.
Editoriales, columnas y noticieros afines a posiciones conservadoras –como Reforma, El Universal, Latinus y otros– han alzado la voz para denunciar supuestas embestidas contra periodistas, analistas y comunicadores.
Sin embargo, más allá de la estridencia mediática, cabe preguntar: ¿de qué falta de libertad de expresión hablan, si nunca han tenido más espacio, más tribuna y más eco que ahora?
La realidad es clara: desde el inicio del gobierno de la Cuarta Transformación, el ejercicio de la libre expresión no sólo no ha sido reprimido, sino que ha florecido en todos los frentes, incluyendo aquellos que son abiertamente críticos del régimen.
Columnistas opositores escriben con total libertad, se hacen virales en redes sociales y llenan los espacios noticiosos con acusaciones, denuncias y hasta calumnias, sin que exista un solo caso comprobado de censura federal o castigo legal por expresarse.
El mismo hecho de que puedan afirmar –sin pruebas o evidencias– que se vive una persecución a la prensa, y que lo hagan a diario desde plataformas con amplísima difusión, es ya en sí mismo una prueba de que la libertad de expresión está intacta.
¿En qué otro país se puede acusar al gobierno de censura desde un noticiario nacional o una columna de portada, sin consecuencias legales o administrativas?
Es cierto que en algunas entidades del país persisten prácticas autoritarias, rezagos estructurales o condiciones de inseguridad que afectan a quienes ejercen el periodismo, especialmente en regiones con presencia del crimen organizado o corrupción local.
Pero atribuir esos males al gobierno federal actual sin distinguir niveles de responsabilidad ni voluntades de transformación, es una forma más de manipular la opinión pública con fines políticos.
Lo que ha cambiado, y eso es lo que incomoda a muchos, es que el poder ya no se arrodilla ante los grandes medios. La Cuarta Transformación no busca el aplauso editorial ni la bendición de los consorcios informativos.
En cambio, apuesta por una ciudadanía más crítica, más informada y más participativa. Y en ese nuevo modelo democrático, la prensa también está llamada a cambiar, a dejar el privilegio de la inmunidad discursiva y asumir el compromiso de la verdad.
No hay democracia sin libertad de expresión. Pero tampoco hay democracia sin responsabilidad al expresarse. Defender el derecho a opinar libremente no implica avalar la mentira como forma de influencia. La crítica, para ser útil al país, debe basarse en hechos, no en intereses.
Hoy, México tiene una de las libertades de expresión más amplias de su historia, y eso es parte de los logros de la Cuarta Transformación. Defenderla implica reconocerla y ejercerla con conciencia. Lo demás, es ruido.