México no tiene una crisis de desempleo, pero sí de trabajo digno

El gobierno de Claudia Sheinbaum, heredero de la transformación iniciada por Andrés Manuel López Obrador, enfrenta uno de los desafíos más complejos del sexenio: sanear el mundo del trabajo. 

No basta con mantener baja la tasa de desempleo; es urgente dignificar el empleo y romper con décadas de informalidad estructural. La presidenta cuenta con la legitimidad ciudadana, los instrumentos del Estado y el respaldo de una mayoría legislativa. 

Pero para que esto se traduzca en acciones efectivas, necesita depurar a legisladores, asesores y miembros del gabinete que arrastran prácticas del viejo régimen, pues los vicios del pasado pueden contaminar cualquier política, por buena que parezca en el papel.

En México, las cifras oficiales del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi) parecen alentadoras a simple vista: la tasa de desempleo en junio de 2025 fue de apenas 2.7%, una décima menos que el año anterior. 

La Población Económicamente Activa (PEA) aumentó a 61.83 millones de personas, de las cuales 60.2 millones están ocupadas. Todo indica que el país no está sumido en una crisis de desempleo. Pero el verdadero problema está más abajo del iceberg: la calidad de los empleos, la informalidad estructural y la precariedad laboral.

Bajo desempleo, ¿pero para quién?

Aunque hay 1.2 millones de personas más en la fuerza laboral que hace un año, el tipo de empleos que se generan deja mucho que desear. Según el propio Inegi, más de 32 millones de personas trabajan con escolaridad de secundaria o menor, lo que las limita casi exclusivamente a empleos precarios, sin acceso a prestaciones ni posibilidades reales de movilidad social.

Además, 33 millones de trabajadores se encuentran en la informalidad, lo que eleva la tasa a un preocupante 54.8%. Es decir, más de la mitad de quienes trabajan lo hacen sin derechos laborales, sin seguridad social, sin pensiones, sin futuro.

Nota: Este gráfico muestra únicamente a la Población Económicamente Activa (PEA), es decir, personas que trabajan o buscan trabajo. No incluye a quienes realizan labores del hogar sin remuneración, estudiantes, jubilados u otras personas fuera del mercado laboral, quienes forman parte de la Población No Económicamente Activa (PNEA).

La trampa cultural de la informalidad

Este fenómeno no es nuevo. La economía informal en México es un problema estructural y cultural a la vez. Para millones de personas, vender en un tianguis, manejar un taxi independiente o tener un negocio pequeño sin registro formal representa libertad frente a un sistema que perciben como burocrático, injusto o inaccesible. No pocos prefieren mantenerse en la informalidad que someterse a jornadas mal pagadas, prestaciones mínimas y contratos temporales.

PIB lento, exportaciones a la baja

A esto se suma una economía que apenas creció 0.2% en el primer trimestre de 2025, arrastrada por la caída en las exportaciones mexicanas hacia Estados Unidos, afectadas por los nuevos aranceles impuestos por la administración Trump, que entrarán en vigor este 1 de agosto. El nearshoring, que se vislumbraba como una gran oportunidad, ha quedado por debajo de las expectativas.

Menor crecimiento económico significa menos inversión, menos empleo formal y más presión sobre el mercado laboral informal.

Mujeres: invisibles en la recuperación

La brecha de género sigue siendo una de las más profundas. Aunque la participación femenina en la PEA aumentó ligeramente, solo 46.5% de las mujeres en edad laboral están activas, frente al 75.1% de los hombres. Muchas de ellas lo hacen en condiciones de informalidad, compaginando además con el trabajo doméstico no remunerado.

No basta con estar ocupado

En resumen, México no enfrenta hoy una crisis de desempleo masivo. Pero sí vive una crisis crónica de empleo digno, estable y bien remunerado. La mayoría de quienes trabajan, lo hacen sin garantías, sin derechos y con bajos ingresos. 

La estabilidad aparente de las cifras esconde una fragilidad social peligrosa, sobre todo cuando se combina con factores externos como la desaceleración económica de Estados Unidos o la falta de inversiones productivas.

¿Qué hacer?

  1. Impulsar la formalización sin criminalizar la informalidad, con incentivos claros, accesibles y transparentes.
  2. Crear empleos con valor agregado, ligados a sectores estratégicos como tecnología, energías limpias, salud y educación.
  3. Fortalecer la educación técnica y media superior, para elevar la calificación de la fuerza laboral.
  4. Cerrar la brecha de género, con políticas reales de conciliación familiar-laboral, salarios equitativos y acceso universal a guarderías públicas.

La presidenta Sheinbaum tiene una oportunidad histórica para convertir esta estabilidad numérica en un salto cualitativo para el mundo del trabajo. Pero eso sólo será posible si se rodea de servidores públicos comprometidos con el proyecto de transformación, y no de quienes solo han cambiado de camiseta pero siguen pensando y actuando como antes. 

El empleo digno, justo y formal es una meta alcanzable, pero requiere coherencia política y limpieza interna. De ello depende que millones de mexicanos no sólo trabajen, sino que puedan vivir con dignidad del fruto de su esfuerzo.

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