El gobierno peruano decidió romper relaciones diplomáticas con México por haber otorgado asilo a Betssy Chávez, lo cual revive una vieja disputa latinoamericana: ¿hasta dónde llega el derecho de asilo y dónde comienza la injerencia?
Más allá del debate jurídico, México reafirma una tradición que lo ha definido durante décadas: proteger a quien es perseguido, aun pagando el costo político y diplomático.
La ruptura y el trasfondo
La decisión del gobierno peruano de romper relaciones diplomáticas con México por otorgar asilo a Betssy Chávez, ex primera ministra del depuesto presidente Pedro Castillo, no es un hecho aislado. Es un capítulo más en la larga historia de choques entre gobiernos de signo conservador y una política exterior mexicana que, desde hace casi un siglo, asume el asilo político como un deber moral antes que como una conveniencia diplomática.
El canciller peruano Hugo de Zela justificó la medida acusando a México de “injerencia” y “acto inamistoso”. Pero lo que en Lima se interpreta como intromisión, en la tradición mexicana es un gesto coherente con su diplomacia humanitaria. Desde Lázaro Cárdenas hasta nuestros días, México ha entendido el asilo como un compromiso ético con la libertad, no como una maniobra ideológica.
Asilo: una convicción de Estado
El asilo diplomático tiene raíces jurídicas en la Convención de Caracas de 1954, que México firmó junto con otros países latinoamericanos. Pero antes que ser un tratado, el asilo fue una práctica constante de solidaridad regional. La lógica es sencilla: cuando una persona corre peligro por razones políticas, el Estado asilante tiene derecho a protegerla y el Estado del territorio donde ocurre, no debe violar esa protección.
México ha aplicado este principio con una constancia que va más allá de las ideologías: dio refugio a los republicanos españoles tras la Guerra Civil y a Trotsky, perseguido por el estalinismo; dio asilo a Evo Morales, tras el golpe de Estado de 2019, y también, en el extremo opuesto, al Sha de Irán, Mohammad Reza Pahlavi, en 1979, pese a la impopularidad de su figura.
Esa diversidad ideológica entre los protegidos demuestra que el asilo mexicano no obedece a simpatías políticas, sino a una filosofía humanitaria. México concede asilo porque considera que nadie debe ser encarcelado o eliminado por sus ideas, ni abandonado ante la persecución.
Humanidad frente a cálculo político
La ruptura de Perú con México ilustra cómo los gobiernos latinoamericanos suelen dividirse entre quienes apelan a la soberanía y quienes apelan al derecho. Pero detrás del lenguaje diplomático subyace una guerra de narrativas: para el gobierno de Dina Boluarte, Betssy Chávez es una delincuente común; para México, es una perseguida política.
La diferencia no es menor. En América Latina, los procesos judiciales suelen mezclarse con intereses de poder. Lo que se llama justicia puede ser persecución; lo que se llama delito puede ser resistencia política. Por eso el derecho de asilo existe: para ofrecer un respiro cuando la justicia se convierte en instrumento de revancha.
México cumple, así, su papel histórico: ser refugio frente a la arbitrariedad, aunque eso signifique perder aliados o enfrentar sanciones. Como ya ocurrió con Bolivia en 2019 y con Ecuador tras el asalto a la embajada mexicana en Quito en 2024, México paga el costo de sostener un principio que otros abandonan cuando estorba a sus intereses inmediatos.
El valor de una coherencia
En la lógica diplomática, romper relaciones es un gesto grave pero reversible. Sin embargo, lo que está en juego no es solo un vínculo bilateral, sino la vigencia de los valores compartidos en América Latina. Cuando un país penaliza la solidaridad, lo que se debilita no es al país asilante, sino al continente entero.
México, al mantener su política de puertas abiertas a perseguidos, se coloca en el lado más vulnerable pero también más digno del tablero internacional: el lado de los principios. Su historia demuestra que el asilo no se mide por la popularidad del asilado, sino por la integridad de quien ofrece refugio.
Por eso, la ruptura de Perú con México no debe leerse como un conflicto entre gobiernos, sino como el síntoma de una región donde la justicia se judicializa y la compasión se criminaliza. Frente a ello, México elige la ruta más difícil: la de la coherencia.
Epílogo
A pesar de que la diplomacia global parece regirse por cálculos e intereses, México insiste en un gesto profundamente humano: dar asilo a quien lo necesita, sea héroe o villano, perseguido de izquierda o de derecha. Ese principio ha salvado vidas y ha sostenido el prestigio moral del país por encima de sus tensiones políticas.
Hoy, al proteger a Betssy Chávez, México no defiende a una persona, sino a un principio: el derecho de los pueblos y de los individuos a no ser silenciados por el poder.
Y en esa fidelidad a sí mismo, aunque pague las consecuencias, México vuelve a honrar su historia.











