Mirar al cielo es mirar muy lejos

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Hay cosas en el espacio que pasan muy de vez en cuando. Un eclipse que no volverá en 40 años, un planeta que no se acercará tanto a la Tierra hasta dentro de 50, o un cometa que sólo vemos una vez cada 76 años. 

Así de rara fue la oportunidad que se presentó en los años 70: los planetas Júpiter, Saturno, Urano y Neptuno se alinearon de tal forma que podían “jalar” una nave espacial con su propia fuerza de gravedad. Era como lanzarla a una resbaladilla gigante hecha de espacio y gravedad.

La NASA no perdió la oportunidad. En 1977 lanzó la sonda Voyager 1, una especie de robot con antena que aún hoy sigue funcionando y enviando información. Esta nave no usa internet ni Bluetooth, sino una señal de radio que viaja tan lento, que apenas alcanza los 1.4 kilobits por segundo, mil veces más lento que un mal internet actual. Pero funciona.

Y como esas señales son públicas, cualquiera con el equipo adecuado puede captarlas. En 2006, un grupo de radioaficionados en Alemania escuchó una señal de la Voyager usando una antena de 20 metros. No era la primera vez que pasaba: ya en los años 50, jóvenes italianos escuchaban desde casa los satélites rusos y estadounidenses.

Hoy usamos sistemas de satélite como el GPS para ubicar autos, aviones o celulares. Pero en caso de guerra, ese sistema podría ser bloqueado. Por eso, países como Europa, China y Rusia están creando los suyos. Así, nadie depende de otro en algo tan importante.

Por si no lo sabías, en las noches claras puedes ver satélites a simple vista. Parecen estrellas que se mueven muy rápido, cruzan el cielo en unos dos minutos. Y si tienes curiosidad, hay páginas web que te dicen cuándo pasará alguno sobre tu ciudad, como la Estación Espacial Internacional.

Hay unos 6,000 satélites orbitando la Tierra, aunque muchos ya no funcionan. Aun así, no suelen chocar entre ellos. De hecho, ahora mismo hay 5,000 aviones volando sólo en el cielo de Europa, y todos logran evitarse. En comparación, los satélites son más pequeños y tienen todo el espacio del planeta.

Algunos radioaficionados incluso intentan “despertar” satélites viejos, que aunque están lejos (a unos 700 km de altura), no se comparan con otros como el robot Curiosity en Marte, o la misma Voyager, que ya salió del sistema solar. Para enviarle un mensaje a la Voyager, hay que esperar más de 18 horas para que la señal le llegue. Y otras 18 para que conteste. Así de lejos está.

Esto nos hace pensar en algo más grande: las estrellas que vemos de noche están a cientos o miles de años luz. Eso significa que la luz que vemos salió de esas estrellas hace mucho, muchísimo tiempo. Si enviáramos un mensaje a un planeta lejano, y esperáramos respuesta, deberíamos buscar uno que esté como máximo a 50 años luz. Así, la señal iría en 50 años… y la respuesta llegaría en otros 50. Justo 100 años. Lo que dura, con suerte, una vida humana. Por eso, la ciencia llama a esto “cien años de soledad”. Porque aun si hay alguien allá afuera, quizá no tengamos tiempo de saberlo.

Mientras tanto, la Voyager sigue su viaje por el espacio profundo. Fue lanzada hace más de 45 años, con tecnología antigua, pero aún funcionando y enviando datos. En silencio, con paciencia, explorando el universo.

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