Por qué una amenaza externa provoca entusiasmo

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La frase de Donald Trump —“¿Lanzaría ataques en México para detener las drogas? Está bien para mí”— debería haber provocado, por simple dignidad nacional, una ola de indignación. 

El gobierno mexicano no puede reaccionar con dureza por razones diplomáticas, pero de la sociedad en su conjunto y sobre todo de los medios de comunicación y los partidos políticos de izquierda y derecha, se espera una reacción nacionalista. 

Un presidente extranjero insinuó que su ejército podría entrar a nuestro país a perseguir delincuentes bajo su propio criterio. No es poca cosa. Es una amenaza directa a la soberanía.

Y sin embargo, en buena parte de la prensa mexicana la noticia se trató como si fuera un comentario más en la campaña electoral estadounidense. Casi sin coraje, sin alarma, sin una sola línea que recordara lo elemental: México es un país independiente y nadie puede pisar armado su territorio sin consentimiento.

La pregunta que surge es inevitable: ¿Cómo es posible que una amenaza externa genere gusto, alivio o incluso esperanza en ciertos sectores? La respuesta es dura, pero hay que decirla. Hay carencia de patriotismo.

Para algunos medios, la indignación depende de a quién pueda afectar políticamente. Y aquí está el punto más delicado. Hay medios y opinadores que llevan años intentando debilitar al gobierno actual. Eso es válido porque en toda democracia la crítica es necesaria.

Lo que no es válido, lo que ningún mexicano con un mínimo de amor a su país debería permitir, es celebrar, justificar o minimizar una posible intervención militar extranjera solo porque podría dejar mal parado al gobierno de turno.

Eso ya no es crítica. Tampoco es periodismo. Eso es renunciar al país con tal de ganar la pelea política.

Y es ahí donde se explica el tono por lo menos tibio, algunas veces  complaciente y con frecuencia de regocijo, de algunas notas periodísticas: no se indignan porque, en el fondo, les acomoda que Trump hable así de México; refuerza su narrativa de que el país está desbordado y que “alguien” debe venir a poner orden.

Ese “alguien”, para ellos, puede ser sin problemas un gobierno extranjero. El odio de la oposición, el resentimiento por haber perdido sus privilegios, se ha normalizado tanto que ya no medimos la gravedad de sus declaraciones. 

Otro motivo de la falta de indignación es la costumbre. Hemos vivido tanto tiempo rodeados de noticias duras que cuesta distinguir lo verdaderamente grave.

Pero lo que Trump dijo sí es grave porque abre la puerta, aunque sea en el discurso, a que Estados Unidos se sienta con derecho a actuar dentro de México sin permiso.

Cuando una sociedad normaliza la violencia, termina normalizando también lo inaceptable.

Pero la desesperación, en las personas bien intencionadas de la oposición, que sí las hay, genera ilusiones peligrosas. Muchas personas están tan hartas del crimen que ven en la fuerza extranjera una salida rápida. “Pues que vengan y los destruyan”, dicen algunos.

Pero esa ilusión es peligrosa por tres razones:

  1. Ningún país extranjero actúa gratis. Siempre hay intereses detrás.
  2. Una intervención militar no distingue entre delincuentes y población civil.
  3. Si un día aceptamos que otro país haga nuestro trabajo, dejaremos de ser dueños de nuestras decisiones.

La desesperación de las personas bien intencionadas de la oposición es comprensible, pero  esa desesperación no puede llevarnos a regalar nuestra soberanía.

A diferencia de otras naciones donde las invasiones recientes están presentes en la memoria, para muchos mexicanos estos episodios suenan a capítulos de libro de texto.

Olvidamos Veracruz 1914, olvidamos 1847, olvidamos que cada invasión dejó muertos, destrucción y humillación. Olvidamos que una intervención nos llevó a perder la mitad de nuestro territorio. Cuando la memoria se debilita, la dignidad se debilita también.

Lo que Trump declaró es una amenaza a la soberanía, pero también un termómetro de nuestra salud cívica. Y el termómetro no marca bien porque un país que ya no se enoja cuando otro lo amenaza es un país que ha perdido parte de su autoestima.

Y un país donde ciertos medios aplauden o normalizan las amenazas invasoras de Trump solo porque vienen del adversario político de su enemigo interno, es un país donde la lucha política se ha vuelto más importante que la patria misma.

Tener diferencias con el gobierno es legítimo. Tener adversarios políticos es normal. Pero desear una intervención extranjera, o no indignarse ante esa posibilidad, es cruzar una línea que ningún mexicano debería cruzar.

México merece críticas, sí. Pero también merece respeto. Y lo primero que debemos recuperar es la capacidad de indignarnos por lo que de verdad importa.

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