En 2023, el número de adolescentes imputados por delitos en México alcanzó una cifra alarmante: 32 mil 852 casos, según reveló el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI). El dato representa una tasa nacional de 241 adolescentes imputados por cada 100 mil jóvenes entre 12 y 17 años, lo que refleja un crecimiento preocupante en comparación con años anteriores.
La Jornada destacó que 1,508 adolescentes fueron ingresados a centros de internamiento, de los cuales el 90% son hombres. Los delitos más comunes incluyen lesiones, robo, amenazas, abuso sexual y narcomenudeo, según la estadística nacional del sistema penal para adolescentes.
El problema tiene focos rojos particularmente visibles en estados como Nuevo León, Estado de México, Guanajuato, Sonora, Jalisco y Chihuahua, que concentran casi la mitad de los casos a nivel nacional.
Otros medios como Meganoticias y El Sol de Cuernavaca han abordado también este fenómeno. En el caso de Morelos, por ejemplo, se reporta una de las tasas más altas de internamiento juvenil del país, con 28.5 adolescentes por cada 100 mil internados, por encima de la media nacional.
La mayoría de estos jóvenes cometieron delitos del fuero común, aunque el narcomenudeo figura entre los tres más frecuentes, con más de 3,200 casos documentados. Este dato revela no sólo la violencia sino la penetración del crimen organizado en edades cada vez más tempranas.
¿Dónde están las familias?
Frente a estas cifras duras, surge una pregunta inevitable: ¿Dónde estaban las familias antes de que sus hijos cruzaran la línea de la legalidad?
No se trata de culpar automáticamente a padres o madres, muchos de los cuales enfrentan condiciones económicas precarias o tienen que asumir jornadas laborales extensas. Sin embargo, la formación de los hijos no puede ser delegada completamente al Estado ni a la calle. La familia —en cualquiera de sus formas: nuclear, ampliada, monoparental o compuesta— sigue siendo el espacio natural para transmitir límites, valores, contención emocional y sentido de comunidad.
Cuando los adolescentes encuentran más orientación en una banda delictiva que en su propio hogar, el resultado es evidente. Cuando la atención y el afecto son sustituidos por pantallas o por la ausencia física de sus cuidadores, el riesgo se multiplica. La violencia no surge de la nada, muchas veces es el fruto de entornos de negligencia, desconfianza, rupturas afectivas no resueltas o modelos familiares violentos.
Un llamado urgente
Este no es un problema que se resuelva únicamente con más policías, más cárceles o más castigos. Es una crisis del tejido social. Y como tal, requiere que las familias reconsideren su papel en la formación humana de sus hijos. No basta con alimentarlos, vestirlos y enviarlos a la escuela. Hace falta escuchar, acompañar, dialogar, disciplinar con amor, y ofrecerles sentido de pertenencia y esperanza de futuro.
Desde Tejido Social hacemos un llamado a las familias mexicanas: no esperen a que una autoridad toque su puerta con una orden de detención para preguntarse qué ocurrió. Pregúntenselo ahora. Hablen con sus hijos. Abrácenlos. Escúchenlos, incluso cuando parezca que no quieren hablar. Sean guía, sean presencia, sean hogar.
Porque la solución no está sólo en las estadísticas, ni en los centros de internamiento. Está en cada mesa familiar donde un adolescente puede volver a encontrar su lugar.