Mientras el país avanza en reformas profundas que buscan redistribuir poder, recursos y derechos, un sector de la sociedad, en su mayoría beneficiado por las estructuras del viejo régimen, se reorganiza.
Con el nombre Somos México, el Frente Cívico Nacional —residuo de la candidatura fallida de Xóchitl Gálvez— intenta dar forma a un nuevo partido político con clara orientación derechista, aunque con un discurso maquillado de “centro democrático” e “inclusivo”.
El intento es revelador: lejos de nacer de un movimiento social genuino, Somos México parece ser la plataforma de quienes no lograron conquistar el poder por la vía electoral y ahora buscan reciclarse con nuevo formato pero con las mismas intenciones.
Los nombres que figuran en su organización inicial —Cecilia Soto, Álvarez Icaza, Acosta Naranjo, Edmundo Jacobo y compañía— son bien conocidos por su oposición sistemática al proyecto de la Cuarta Transformación.
Ninguno de ellos ha sido reconocido por un liderazgo popular o territorial real; en cambio, sí han sido protagonistas del discurso nostálgico por los privilegios perdidos, disfrazado de “ciudadanía crítica”.
Su emblema rosa —herencia directa de la defensa del INE durante la gestión de Lorenzo Córdova— no es inocente: evoca a la “Marea Rosa” que llenó plazas con pancartas de tecnócratas, burócratas, empresarios y beneficiarios del viejo orden judicial y político, todos ellos hoy desplazados por reformas que buscan mayor justicia social.
En su propuesta, Somos México anuncia que dará voz a grupos vulnerables: madres buscadoras, personas LGBTIQ+, jóvenes, trabajadores judiciales, niños con cáncer… Sin embargo, ¿dónde estuvieron cuando estos sectores exigieron justicia durante gobiernos del PAN y del PRI? ¿Por qué sólo ahora, cuando sus intereses se ven afectados, se dicen sus representantes?
Incluso se menciona como base del proyecto a figuras del espectáculo, como Jorge Ortiz de Pinedo, y a personajes del viejo priismo como Enrique de la Madrid. A ellos se suman intelectuales y exfuncionarios tecnócratas como Macario Schettino y Rodrigo Morales, y políticos derrotados en las urnas como Fernando Belaunzarán y Gustavo Madero. ¿De verdad este conjunto tan reciclado y tan homogéneo puede representar algo nuevo para el país?
Avendaño Villafuerte, vocero de esta iniciativa, insiste en que el partido no será de derecha ni de izquierda, sino de “inclusión”. Pero la realidad es otra: la narrativa de este proyecto es ideológicamente contraria al espíritu redistributivo y social de la actual transformación nacional, y no representa más que una respuesta organizada al reacomodo del poder que ellos no controlan.
Su objetivo declarado es claro: buscar una candidatura única de oposición para 2030, como si el problema del fracaso opositor fuera la fragmentación y no la desconexión total con el pueblo. Quieren aglutinar a quienes no se sienten representados por el PAN, el PRI ni Morena, pero la mayoría de esos “huérfanos políticos” proviene justamente de la élite política, mediática y económica que gobernó el país durante décadas.
En resumen, Somos México es más un proyecto nostálgico que transformador. Un intento de rearticular la voz de quienes perdieron influencia y hoy se camuflan con nuevos discursos, sin renunciar a las viejas prácticas. Dicen buscar a los abstencionistas, pero lo hacen desde foros cómodos, sin territorio, sin base social, sin humildad política.
México necesita pluralidad, sí. Pero sobre todo necesita propuestas auténticas, nacidas de abajo, no reciclajes disfrazados de inclusión. Si Somos México aspira a representar algo nuevo, tendrá que demostrarlo con hechos, no sólo con nombres y colores prestados.