El 14 de agosto de 2025, en el Despacho Oval de la Casa Blanca, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, dejó escapar una frase que encendió el debate diplomático: “México hace lo que le decimos que haga, y Canadá hace lo que le decimos que haga”.
Con el aplomo de quien presume poder absoluto, Trump aseguró a periodistas que, gracias a sus decisiones, “todo el mundo lo entendió” y se ha restablecido el “respeto” hacia su país. Sus palabras, cargadas de un tono prepotente, evocaron una relación de subordinación más que de cooperación entre las naciones.
La respuesta desde México no tardó, aunque no llegó en forma de comunicado oficial ni en un tono beligerante. La presidenta Claudia Sheinbaum, durante un recorrido por la Cuarta Sección del Bosque de Chapultepec y en el marco de la conmemoración del Día Nacional del Cine, grabó un video para redes sociales.
En el video, mientras mostraba los avances del emblemático proyecto cultural, soltó con serenidad y firmeza: “Y por cierto, para cualquiera que tenga alguna duda, este es un mensaje de México para el mundo: en México, el pueblo manda”.
La escena contrastó por completo con el estilo de Trump. Él, en el centro del poder estadounidense, usando un lenguaje de mando y control. Ella, desde un espacio cultural y natural, reafirmando la soberanía nacional sin caer en provocaciones.
La frase de Sheinbaum fue breve, pero cargada de significado: un recordatorio de que en México la autoridad última emana del pueblo, no de intereses extranjeros.
Este cruce de declaraciones no es solo un intercambio verbal, sino un retrato de dos maneras de entender la política internacional. Trump habla desde la lógica de la imposición y la supremacía, mientras Sheinbaum responde desde la legitimidad popular y el respeto mutuo entre naciones.
En la arena de las relaciones bilaterales, no siempre la fuerza más ruidosa es la más poderosa; a veces, la dignidad y la sobriedad tienen un impacto más profundo.