En cuestión de semanas, el mundo ha cruzado peligrosamente la línea entre la tensión geopolítica y el riesgo de un conflicto armado a gran escala. La ofensiva militar de Israel contra Gaza, seguida del ataque directo contra territorio iraní, ha abierto la puerta a una respuesta igualmente violenta y predecible. El resultado no se ha hecho esperar: Estados Unidos ha intervenido, agudizando aún más el clima de confrontación global.
¿A quién sirve esta guerra que se gesta en el corazón de Medio Oriente? No a la paz, no a la justicia, no al pueblo palestino ni al israelí. Y mucho menos a los ciudadanos iraníes. Como ha sucedido en cada guerra moderna, los primeros en sufrir son los civiles. Y dentro de ellos, quienes tienen menos protección, menos recursos, menos medios para huir o resistir: los más pobres.
La racionalidad se ha ausentado por completo de la escena. Una y otra vez, los gobiernos que dicen proteger la seguridad nacional actúan como si la vida humana fuera descartable, como si los conflictos pudieran resolverse a bombazos y no a través del diálogo, la diplomacia y la justicia internacional. En lugar de construir un camino hacia la paz, se lanza gasolina al fuego.
Israel justifica su agresión sobre Gaza bajo el pretexto de combatir al terrorismo, pero ¿es legítimo arrasar ciudades enteras, dejar sin agua ni hospitales a la población civil, eliminar indiscriminadamente vidas humanas bajo la lógica de “daños colaterales”? Irán, por su parte, ha alimentado también el conflicto con su política regional y su respaldo a grupos armados, pero las sanciones, los bloqueos y ahora los bombardeos no resolverán un problema estructural ni traerán estabilidad a la región. Y Estados Unidos, como actor histórico de guerras interminables, parece decidido a no dejar que el mundo olvide su músculo militar ni su capacidad para intervenir donde sus intereses se vean tocados.
El problema no es nuevo. Lo nuevo es el nivel de peligro que esta escalada representa para el equilibrio global. El uso potencial de armamento de altísimo poder destructivo, la implicación de potencias nucleares, la polarización creciente de bloques internacionales y el uso de la tecnología bélica más avanzada nos colocan ante un escenario de consecuencias impredecibles. La humanidad ha estado aquí antes, y lo que encontró fue dolor.
Por eso, desde Tejido Social alzamos la voz con firmeza: no puede haber nada más irracional que una guerra. No hay argumento económico, político o religioso que justifique el sufrimiento de los inocentes. No puede seguir siendo normal ver morir a niños, mujeres, ancianos, jóvenes que ni siquiera entienden por qué las bombas caen del cielo. No podemos callar mientras los grandes intereses convierten al planeta en un tablero de ajedrez y a las personas en peones sacrificables.
La comunidad internacional debe actuar. Y actuar con valentía. No para alentar un bando contra otro, sino para detener la maquinaria de la muerte. Para exigir alto al fuego inmediato. Para impulsar soluciones políticas que incluyan a los pueblos y no sólo a sus élites. Para que la paz no sea un ideal inalcanzable, sino una exigencia civilizatoria.
Quienes creemos en la dignidad humana no podemos aceptar que la guerra sea el lenguaje del siglo XXI. No mientras haya niños llorando entre escombros, madres buscando a sus hijos desaparecidos, pueblos enteros reducidos a ruinas. Y no mientras haya esperanza de construir un mundo distinto.