Hace poco, el caso de Antonio Cabrera, sacerdote de los Legionarios de Cristo detenido en el Aeropuerto de la Ciudad de México por presunta violación a un menor hace 20 años, volvió a golpear fuerte. Cabrera, académico de renombre y cercano a Marcial Maciel, no es un hecho aislado: “reaviva las críticas hacia la orden y su historial de encubrimiento”. Un eco doloroso de un pasado que insiste en no pasar la página.
¿Más que 0abusos?
El informe 1941–2019 de la organización 0abusis sobre los Legionarios expone cifras que hielan la sangre: cientos de víctimas, decenas de religiosos implicados y ciclos de abuso donde víctimas se transformaron en victimarios. Esta confesión, aunque necesaria, también revela lo profundo del problema: poder eclesiástico, opacidad y una cadena de violencia que no se rompe con protocolos superficiales.

Diócesis y órdenes comparadas: un espejo global
En Inglaterra y Gales, la IICSA registró más de 3 000 instancias de abuso entre sacerdotes, monjes y voluntarios entre 1970 y 2015, con denuncias recientes que no cesan: más de 100 al año desde 2016. Casos como el de Fray Samuel Penney demuestran lo rutinaria que fue la estrategia de trasladar a pederastas sin informar a la justicia.
En España, el Defensor del Pueblo lanzó en 2023 un informe revelador: entre 1970 y 2020 no hubo políticas públicas efectivas para proteger a niños en colegios católicos, y sólo en 2021 aparecieron protocolos formales. Navarra fue pionera al aprobar en julio de 2022 una ley que reconoce a víctimas e impulsará sistemas de justicia restaurativa.
Y no sólo Europa: en Francia, se calcula que más de 200 000 menores fueron abusados en siete décadas. En Australia, estudios revelan que más del 60 % de los abusos en instituciones religiosas se dieron dentro de la Iglesia católica. En Canadá, más de 150 000 niños indígenas sufrieron abusos y maltrato en escuelas católicas.
¿Qué ha cambiado? ¿Y qué falta?
Bajo el papado de Francisco se crearon marcos normativos: comisiones de protección, denuncia obligatoria, y sanciones para obispos negligentes. Sin embargo, defensores de víctimas y periodistas siguen señalando que:
- Las investigaciones son lentas y opacas;
- Información crítica no se pública con transparencia;
- Hay poca o ninguna participación activa de las víctimas en la búsqueda de la verdad;
- Se castigan los casos menores, pero no se desmantela la cultura que los permitió .
Mientras tanto, la comisión vaticana pionera sugiere pasos valiosos: informes públicos, compensaciones económicas y una figura de defensor para las víctimas .
Un nuevo papa bajo la lupa
El recién electo Papa Leo XIV (Robert Prevost), llega con una reputación ambivalente: en Perú fue aplaudido por frenar al Sodalitium Christianae Vitae, pero cuestionado por su gestión en Chicago y otros casos en EE.UU. y Canadá. Sobre él recae ahora la expectativa: ¿cimentará una cultura de justicia real o será un símbolo sin sustancia?
Mirar hacia México
Los desencuentros con la Iglesia en México retumban fuerte. Entre los Legionarios y los escándalos locales —como en Veracruz, donde denuncias se acumulan sin claridad—existe una pregunta abierta: ¿apostará esta Iglesia local por una rendición de cuentas profunda? O, por el contrario, seguirá avocando a respuestas tímidas que sólo cumplen formalidades y evitan lo central: proteger a la niñez.
Hacia una verdadera rendición de cuentas
Hoy, el mapa global señala que el abuso clerical fue y sigue siendo un problema estructural. Las soluciones no están en manuales, sino en prácticas concretas:
- Verdad plena: las víctimas tienen derecho a saber todo, no fragmentos convenientes.
- Justicia restaurativa real: sanciones firmes, reparación completa y participación activa de las víctimas.
- Prevención con músculo legal: protocolos vigentes, fiscalización externa y capacitación constante.
- Cultura de transparencia: no hay secretismo aceptable. Cada diócesis, cada orden, debe abrir su archivo, dar acceso a los periodistas y asumir sus propias fallas.
- Transformación ética profunda: cambiar estructuras de poder y formar un clero comprometido, no con la iglesia como institución, sino con la dignidad y seguridad de la persona.
Una invitación personal
Este no es un problema “de otros lugares”, ni un conflicto cerrado. Es un desafío global que toca –directa o indirectamente– a muchas personas de fe. Hablo desde la urgencia, desde el deseo de que la Iglesia, donde exista, sea segura, responsable y humanamente justa.
No basta con lamentaciones institucionales. Y en México, como en cualquier país, el llamado es firme: que lo que pasó no se repita, que lo que se encubrió sea revelado y que el futuro se construya a partir de la escucha real a las víctimas y no de complacencias estructurales.
La Iglesia tiene una oportunidad histórica para demostrar que ha aprendido del dolor: que su compromiso máximo sea el cuidado de los menores, no de su reputación.