Violencia en el Senado: el PRI herido recurre al golpe en lugar del debate

Lo que vimos todos los mexicanos fue contundente: no hubo un enfrentamiento entre senadores, como algunos medios de derecha pretenden narrar, sino una agresión directa, sin justificación alguna, contra la Presidencia del Senado de la República.

En las imágenes se observa con claridad a Alejandro Moreno, dirigente del PRI, irrumpiendo en el estrado de la Presidencia senatorial sin tener nada que hacer ahí. Lo que siguió fue un vergonzoso espectáculo: empujones y después puñetazos dirigidos contra el presidente de la Cámara. 

Como si fuera poco, la agresión se extendió contra un camarógrafo del Senado, quien fue golpeado ferozmente y quedó lesionado, un ataque que evidencia no sólo intolerancia, sino también desprecio por la institución parlamentaria y sus trabajadores.

La narrativa torcida de la derecha

A pesar de la evidencia, varios medios afines a la oposición insisten en hablar de un supuesto “enfrentamiento”. El término suaviza lo ocurrido y oculta la responsabilidad de quienes, desde su minoría política, eligieron la violencia como recurso. Lo que sucedió no fue un choque de fuerzas equilibradas, sino un ataque orquestado y dirigido contra la autoridad del Senado.

Esta tergiversación mediática busca minimizar la gravedad del hecho y colocarlo como una simple riña. Sin embargo, el pueblo mexicano sabe distinguir entre un debate parlamentario áspero —propio de la política— y la barbarie de los golpes.

El PRI, en caída libre

El Partido Revolucionario Institucional, reducido a su mínima expresión política, parece buscar protagonismo mediante la provocación y la violencia. Incapaz de construir consensos o de proponer proyectos serios para el país, apuesta por la confrontación física, un recurso que lo exhibe como lo que es: una fuerza debilitada, sin horizonte y sin respeto por la institucionalidad democrática.

Lo ocurrido en el Senado es, en muchos sentidos, una metáfora de su decadencia: un partido que alguna vez fue hegemónico hoy se muestra reducido a empujones desesperados.

El Senado debe dignificarse

Ante hechos tan lamentables, surge una pregunta inevitable: ¿puede haber impunidad frente a una agresión orquestada contra la Presidencia del Senado? La respuesta debe ser clara: no.

El Senado de la República, como institución clave de la democracia mexicana, no puede permitir que la violencia sustituya al debate. Urgen medidas firmes que dignifiquen la vida parlamentaria y que marquen un límite a la derecha herida, incapaz de asumir con madurez su condición de minoría.

La defensa de la investidura del presidente de la Cámara no es un asunto partidista, sino una obligación de todos los que creen en la democracia. El Senado debe enviar un mensaje contundente: la política se gana con argumentos, con votos, con proyectos de nación, no con puñetazos.

Lo que ocurrió en la tribuna no puede quedar como una anécdota más en la historia de la política mexicana. Se trató de un ataque a la dignidad del Senado y, por ende, a la democracia. La ciudadanía merece un Congreso que discuta con firmeza, sí, pero con respeto, y que no permita que la desesperación de una minoría en decadencia manche la investidura de una de las instituciones más relevantes del país.

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